Wednesday, March 29, 2006

En silencio

Y pensar que la miró a los ojos. Y pensar que se hundió en una vergüenza de primaria y se le regaló con un beso y una flor. Con esa vergüenza disfrazada de bermellón en sus mejillas y la mirada atada al suelo como quien busca rehuir de un futuro imperfecto. Mientras sus manos se repartían sudores y las rodillas jugaban a estremecer el suelo, se animó a buscar una reacción en el rostro que enfrentaba. Se puede decir sólo levantó la vista muy poco antes que las pupilas se abrazaran, después de que el miedo se hiciera acto. Pero seguía igual, con la incertidumbre a flor de piel y un sueño de ojos castaños, los cuales todavía intentaban hacer consciencia de la situación. Ella no lo esperaba, no creía en cuentos que se vuelven realidad.
Sus nervios eran dedos que jugaban entre sus cabellos, como quien duda de una respuesta que no es más que una crónica anunciada. La pollera caía casi hasta sus rodillas como las certezas de un potencial fracaso, y sus pestañas intentaban esconder solamente a los ojos una verdad que era imposible de rechazar; que yacía ahí, a gritos, con un un silencio estridente que se reflejaba en ese único clavel adornaba las manos de él. Y sin embargo, seguía siendo tan real como silencioso. Creyó que sus ojos estallarían en una masacre de lágrimas tras esa mirada que parecía esconder un sombra de compasión, una derrota tácita, un…un final previsible. El silencio seguía siendo el único en susurrar en sus oídos. Su tristeza, sus ojos bañados en desesperación, levantaron la vista hacia el ahora diluido rostro que ella quería esconder. Pocas veces en su vida maldijo tanto por dentro como entonces. Esa piedad, digna de quien no sabe como decirlo pero que sabe exactamente que acaba de hacerlo, era lo único que él podía ver en las manos escondidas en su pollera. En la lágrima viajando hacia su mentón. En el clavel que cayó de bruces con la fuerza de mil desengaños hacia el frío invierno de sus pies, y que sólo pudo vislumbrar recién cuando el llanto decidió terminar a carrera. ¿Y quién iba detener la furia que quería llover desde los ojos castaños que sentían cercenar un alma? pocas veces se vieron llorar. Pero también pocas veces fue tan grande el espacio entre los dos. Y nunca, jamás, tanto el silencio que llenó ese espacio.

Quiso no entender, por más que ella escondiera la cara entre los hombros encogidos con la tristeza que antecede al llanto. Y que, esta vez, actuó también de predecesor. El clavel seguía con sus pétalos besando el suelo y buscando una rápida salida a ese fallido destino de margarita que se suponía debía tener. Él, esperando una palabra que sabía no llegaría, secó sus ojos con los restos de su alma y tan sólo apoyó sus manos, vírgenes de caricias, en lo que era el único sustento para su cuerpo arrollado y con la mente tan en blanco como los ojos, silenciosamente salió por la puerta, bajo el sonido lento e inerte de sus pasos. La otra silla seguía como antes del clavel y los suaves nervios de la mano se transformaron en un sollozo ya no contenible y empapado de desesperanza. Los cuadros de la pollera no eran ya más que un marco para las lágrimas.
Y él se detiene en seco. Ella cruza la puerta y sus ojos ya no lloran.


Qué mal se puede interpretar el silencio.