Tuesday, December 25, 2007

Luz de diciembre

Otro encuentro más, quizás el último.

Siempre era de noche en el País Vacío. Normalmente hacía frío, y a veces los ángeles pasaban sólo para ver qué quedaba en pie. O mejor, si algo quedaba en pie. La superficie helada de los campos eternos que se extendían a través de todo el País, en la noche, solía llenarse de dientes de león. Dientes de león que nacían bajo una escarcha impiadosa, permanecían intactos con el brillo de la luna sobre la piel de hielo que los vestía, y morían de nuevo cada mañana, bajo las sombras de una luna que descartaba desaparecer.

O quizás no.

La única calle del País Vacío se extendía cerca del horizonte. Él seguía ahí, como siempre. Como cuando pasó por el Infierno, como cuando el Tenebroso le abrió los ojos, como cuando conoció a la Mentira. Como cuando su ángel abandonó sus alas sólo por él. Igual que cuando vendió el alma por algo que ya iba a tener, y no lo sabía. Ahí, en esa calle, era solamente él. Sus pies eran cementerios de dientes de león; sus manos sentían el frío inconfundible del País. Porque en ningún otro lado de la existencia se siente un frío similar; congela el alma y quema el corazón. Sus manos sentían ese frío, y cada brisa traía a la memoria que las cenizas de su alma continuaban ahí.

Bien podría decirse que, visto de lejos, él estaba muerto. Sus ojos en estado inerte y el gris de sus pupilas no revelaban vida alguna. Sólo se adivinaba algún latido en las lágrimas que rodaban por sus mejillas, hijas de la gravedad. El recuerdo de su ángel, de la mujer que creyó buscar y de las palabras que ya no eran golpeaba en la cabeza y se proyectaban otra vez en lo crudo de su mirada.

En el silencio de esa noche eterna, sobre pisadas que trituraban hielo eterno, quizás se acercó un hombre. Otra vez más, posiblemente, se acercaba alguien. Un último encuentro era factible.

Arrancó la eternidad de sus ojos cuando lo percibió. Volvía a humedecerse los labios. El hombre, arrastrando dientes de león bajo las suelas, clavó los ojos en el horizonte y le posó una mano en el hombro. El gris de sus pupilas se acercaba a un color mortal otra vez. Quizás entonó una frase.

-Soy a quien buscabas -escupió, sin preámbulos, el hombre. Soy el Hombre Necesario.
Apenas si movió los ojos para verlo, y para contestarle. Era exactamente igual a él.
-Usted es igual a mí -contesto, agudo.
-Nadie es tan parecido a usted como distinto a mí. Nadie es tan distinto a usted como similar al mundo, y nadie es tan idéntico a mí como yo mismo, o como quizás usted. Como ve, no somos ni remotamente parecidos.
Quedó claramente aturdido por la frase, carente al parecer de sentido alguno. La luna estaba incandescente. El hielo de sus pies se movía, casi como bailando.
-Muchos hombres como usted vinieron a decirme cosas similares y engorrosas. Mil veces creí hablar con el Diablo, cien veces pensé vender el alma. Siempre creí que iba a algún lado y que me acercaba a la Mentira, cuando jamás la tuve cerca.
-Por lo tanto, era Mentira que estaba cerca de ella, lo cual lo hace totalmente verdad.
-Hombre, basta de códigos y vueltas. ¿Qué busca?

El viento cesó. Los dientes de león empezaban a morir, como todos los días, bajo la luz helada de la luna del País Vacío. El Hombre Necesario se sentó sobre el hielo, sobre la única calle del País, de cara al horizonte. Miró unos segundos al cielo índigo que reinaba la noche, y respondió.
-Busco encontrarte. Supe que me buscabas, y quería que nos pudiéramos encontrar. Encontré que buscándote podría llegar a buscar un encuentro entre ambos. Supe que encontraste muchas imágenes y musas que no buscaste, sólo por buscarme a mí. Entonces decidí encontrarte. Yo, de todas las personas y todos los demonios y ángeles que han aparecido a lo largo del camino, soy el único que buscabas.

Los dientes de león a su alrededor cambiaron de piel, dejando la escarcha implacable rendida en los suelos. Él, siempre sobre la calle, abrió más los ojos y miró a través de todo el País. Sintió, en un segundo certero, que ese día iba a haber un final. Resolvió sentarse de frente al Hombre Necesario; de espaldas a un horizonte congelado como un espejo de hielo.

La brisa acarició sus manos otra vez, quizás para recordarle que en ese lugar el cambio no es una opción. Una lágrima se congeló y cayó.
-¿Entonces? ¿Cuál es el camino? ¿Cuál es la respuesta? ¿Hay un camino, y una respuesta? Vine a este lugar de la existencia, y es aquí donde me quedé. Es aquí de donde no puedo salir, porque esa luna nunca muere y porque desde ese horizonte nunca asoma un día nuevo. Porque estas flores malditas que nacen a mis pies están tan muertas y congeladas como yo en este infierno. Porque no hay, al final, un lugar al que tengo que llegar ni una persona a quien encontrar. Porque hubo infierno, diablo, mujer, mentira, demonio y ángel que pasaron y que nunca dejaron más que la sensación de que eran una misma persona, o peor aún, un mismo sentimiento.

El Hombre necesario escuchaba atentamente. Sólo se sentía la respiración agitada de un corazón que volvía a sentir, aunque crudamente, un impulso de vida. Jugaba con un diente de león entre sus dedos mientras prestaba atención la confesión final del hombre con quien estaba.
-Exacto -respondió el Hombre Necesario. No hay final alguno. No hay meta, y menos aún hay respuesta alguna que abra tus ojos del todo.
El corazón le dio un vuelco. El Hombre Necesario siguió.
-Pero, ¿pensaste en algún momento que quizás no tengas destino alguno? ¿Que posiblemente no tengas pregunta que responder? ¿No te diste cuenta aún que de todas tus conjeturas, encuentros y preguntas mudas, tu única certeza es el camino que hiciste, y el lugar donde estás parado?
-Sí, pero no hay punto en eso... viste hasta aquí, armé este camino, y me quedé sin ángel ni mujer que creí buscar.
-Claro. Es exactamente lo que tenía que pasar. Claramente no hubo nada de eso desde el principio. Esta luna no tenía por qué morir, y el horizonte nunca iba a cambiar. Pero ahora, en este preciso momento, en este exacto encuentro y en este mismo País Vacío, estás en el lugar donde tenías que estar desde el comienzo. Donde ya no valen demonios, hombres ni ángeles. No hay Mentiras que tengan importancia. Ahora que hiciste el camino, acabas de encontrar lo que buscabas.

El silencio en el País Vacío fue eterno. No hubo lágrima congelada.
-No entiendo...
-Entendés. Es exactamente lo que entendiste. Están por empezar a nacer los dientes de león otra vez. O quizás se la última vez que lo hagan.

Alrededor del Hombre Necesario, se erguían al igual que todas las noches los dientes de león bajo la capa de hielo de la única calle del País.
Entonces, de frente al él, entre todos los dientes de león helados, asomó un girasol. Fresco y sin piel fría alguna.
Abrió los ojos, desencajado, como creyendo ver una ilusión. La cara del Hombre Necesario se iluminó.
-El horizonte ya no es el mismo.
Se iluminó en partes todo frente a él. Con el horizonte a sus espaldas, las sombras iban reduciéndose a cenizas. Entonces, el girasol apuntó hacia él y sus espaldas.
-Ya no hay luna. -El Hombre Necesario sonrió, se puso de pie y miró hacia el frente. Él lo siguió con la vista, y vio los rayos por todo el País Vacío. Se dio cuenta entonces, y miró a sus espaldas.
-Es... ¿Es eso el sol?

Tartamudeó, atónito, entregado, totalmente absorto. Un sol rojo furioso, colorado y cálido quebraba la noche del País y brotaba girasoles bajo cada diente de león. El Hombre Necesario habló una última vez.

-No. Es lo que estabas buscando.

Wednesday, December 12, 2007

Silencio sostenido

El silencio desgarra. El silencio quema, quema tan rápido que hace que no se note la existencia de las palabras que lo precedieron. Y se detona a sí mismo. Se detona a sí mismo y a todo lo que lo rodea, dando sólo unos segundos de reacción que al final nunca son suficientes. Entonces, el silencio desgarra, quema y detona. Es como una bomba maldita que agacha la cabeza y se lleva por delante todo lo que se le cruza; miradas, situaciones, momentos, ideas. Intenciones.

Es hielo y fuego. Congela lo que lo rodea, pero a la vez quema por dentro. El sol y noche; pone en luces todo lo aquello que está privando y arrastra a las sombras al lugar al que busco llegar. Es verdad y mentira, es cielo y es infierno, es canción y es poema. Tiene lo lacerante de lo verdadero y lo vil de la mentira. Es puro como el paraíso pero arrastra la desdicha del averno, suena en mi cabeza y rima en mi mente. Y es inevitable, igual que la muerte.

El silencio ahoga impulsos. Toma de los pelos a la impulsividad y le empuja violentamente la cabeza bajo el agua, contemplando su desesperación, manchandose las retinas con su intento desgarrador de liberarse, mientras que en su pasmosidad implacable, persiste con brutalidad hasta que la última burbuja emerge del agua, y el impulso deja de existir. El alma se paraliza y el cuerpo es un sólo músculo; no hay impulso, no hay respuesta, no hay punto de partida. Todo por el silencio. Todo por la ausencia del sonido exacto en el momento preciso. La combinación de palabras y expresiones, únicas, que en ese espacio de lugar y tiempo determinados derivarían en la única resolución posible para ese evento en particular.

Pero sólo hubo silencio.

Saturday, August 04, 2007

Fuga de certezas

Busco a la Mentira.
-Comprendo. ¿Podría indicarme su nombre?
-No creo que sea necesario. Y usted lo sabe.
-Es verdad. Pero lo sarcástico de todo esto lo vale.

El ambiente estaba pesado. La luz de la luna volaba entre pared y pared, y no había mucho del paisaje para ponerse a relojear. El silencio era fúnebre.

-Aquí no se encuentra la Mentira. Váyase por donde vino.
-Ni muerto -contestó seco-, no hay manera que eso sea verdad.
-Exacto. Justamente por eso le digo que aquí no se encuentra la Mentira. De hecho, no hay forma que eso sea posible.
-Mentira.
-Todo lo contrario -respondió, sonriente- Busque lo que desee, pasei si se atreve. No hay nada de lo que pueda encontrar aquí que sea mentira. Y menos aún a la Mentira.
-¿Verdad? -respondió, algo confundido
-No podría mentir aunque lo deseara, créame. Entre otras cosas, ¿cómo llegó usted a este lugar?

El aire se tornó más denso; la luz plateada de la luna seguía intermitente entre ellos y nada se distinguía entre sombras y luces. Nada que fuera verdad. O mentira, no era certero.

-Ella me trajo.
El hombre se sobresaltó disimuladamente.
-¿Ella? -musitó- ¿Se refiere a ella?
-No, ella no. Hablo de Ella.
El nerviosismo era palpable en la frente del hombre que cuestionaba. Una sola gota de sudor hubiera hablado por sí misma.
-Veo que por fin la ha encontrado -se rió, y fue cínico- Espero que el cese entonces su llanto desesperado. Que empiece a actuar como hombre, si es que puede.
Obvio era el tono de sarcasmo agresivo de la frase. El brillo de determinación en los ojos de ambos, aunque cargados de incertidumbre, una incertidumbre temerosa, en los ojos de quien preguntaba. El pulso y el correcto desenvolvimiento de quien respondía era implacable, así como las respuestas y su inocencia.

-Ahora soy más hombre que nunca, lo que significa que antes también lo era. Como hombre que soy, entonces, exigo a la Mentira.
-No me apure. Lejos está de conocer dónde diablos está parado. Y más, aún, de saber de qué está hablando. Noto una determinación, una seguridad en sus palabras que ya había sentido antes; conozco esa mirada. Sus ojos no mienten, para nada; pero tengo la precisa sensación de que todo lo que cree saber de la Mentira está totalmente equivocado.
-¿A que se refiere con eso?
-A que es mentira. -Sonríe.
Más allá del tono irónico de este último comentario, quien preguntaba continuaba temiendo.
Temía que lo pensaba no concordara con la realidad, y lo que creía desacertado en los ojos del muchacho fuera la pura verdad.

-Vayamos al grano. ¿Qué cree saber usted de la Mentira?
-No sé nada, sencillamente la conozco.
-Entonces, podría indentificarla si la tuviera enfrente. Podría saber quien es entre un millón de mentiras más. Podría arrancarla de un sinfín de verdades sólo olfateándola. Podría, entonces, diferenciar la Mentira de la Verdad, ya que usted dice conocerla.
El argumento del hombre, más alla de desconcertante, era acertado.
-Jamás le ví el rostro, si a eso se refiere. Pero la olí como perfume en mil cuellos, la sentí clavarseme en la piel cien veces, pude encontrarala en tantas miradas como voces en las que se me presentó. No sé si tiene un rostro, porque la vi en demasiados. Así que sí, conozco a la Mentira. Por eso sé que la busco, y más ahora que Ella me trajo a donde debo enfrentarla.
-Usted me parte el alma.
-Como si eso fuera posible.
El tono de la conversación ya era decididamente rígido. Así como la tensión hacía de piel en el aire, la luna caía de un solo lado de la habitación.

-Comprenda -susurró, en un tono gravísimo- la Mentira no está aquí. Este es el único lugar donde la Mentira no existe y donde no es posible encontrarla. Y lo que le digo es la prueba insoslayable de la veracidad de mis palabras; para mentir hay que conocer la verdad. Y los que aquí están, es porque en algún momento decidieron dejarla de lado.

El sudor frío recorrió el cuello del muchacho; todo eso tenía sentido. Podían ser un conjunto de palabras al azar que casualmente resultaban sonar convincentes, a o una verdad tallada en bronce. Dudó.

-Para poder mentir a alguien, imprescindible es que aquella persona desconozca la verdad. Y por la fuga de certezas que atacó sus ojos, me parece que estoy en lo correcto.
-Que dice la verdad -respondió el muchacho, ahora irónico.
Sonrisas.
-Exacto. Sino, ¿quién lo envió a usted aquí a buscar a la Mentira?
-Ella. -Respondió, pálido.
-Exacto. Dígame ahora, ¿Quién lo enviaría a buscar a alguien al único lugar donde nunca lo va a encontrar?

Thursday, July 12, 2007

Santo del silencio

"-Recibí otra carta. Me habéis estremecido; vuestra poesía, íntima, dulce cual aroma a rosal en primavera naciente, cual beso suave de amor eterno, ruborizó mi alma y cantó alegrías de amor en mí. No os sabría el método mejor para corresponderle, para dar respuesta digna a tal hermosa virtud que habita en vos. A su melodía de narcisos, que ha sabido inundar mi ser en vuestras palabras de miel... Su nombre, ¡Oh, su nombre, estrella de Venus que brilla más en mi corazón que aún en su reflejo del mar! Su nombre despierta en mi mente cada día, su nombre es beso mis labios... Por volver a escuchar mi nombre en sus labios una última vez, por sentir la caricia de su boca fervorosa en mis oídos, por el roce de sus labios conmigo, sólo por éso haría alas de mi ser, para llevaros conmigo al más lejano de los lugares, al más ardiente de los infiernos, ¡A donde Dios decidiera para nosotros, por que Él, únicamente Él, entiende mi amor por vos! ¡Él os da dado el milagroso regalo de su poesía de cielo, porque no hay beso más tierno ni pasión más ardiente que las que os habéis hecho habitar en vuestras palabras! Porque sólo un ángel que Él enviase podría causar las lágrimas de bendición que vuestras palabras florecen en mi. Pero por ahora, sólo por ahora, príncipe de sueño azul, esperaré dulce y desesperadamente vuestra respuesta, con el corazón partido hasta saber de vos. Vuestra eternamente, hasta que muera la eternidad."


Y, tras el frío velo de la soledad, Cyrano lloró en silencio.

Friday, June 29, 2007

Duelo

Tenía los ojos inyectados en sangre. Pasivo, miraba a un solo punto completamente fijo. Completamente perdido, con la vista muerta como tantas otras cosas. Su interlocutor, expectante, aportaba su ser al silencio.

-Se escapa. Siento cómo se me escurre de las manos, cómo se me va entre los dedos.. -brillaban sus ojos, inertes, estáticos- puedo sentir que se desliza con toda la furia posible por entre mis yemas, como mis huellas se quedan vacías. Lo siento, y no tengo manera de impedirlo. Cierro las manos, apreto los puños con toda la fuerza de mi alma hasta que los nudillos palidecen completamente; pero nada puede detener su camino. Se me va, se va. Como si sintiera que la sangre de mis venas saliera a borbotones por la herida y yo, por más torniquete que aplique, no pudiera evitar el desangre. Lo siento, y lo veo; se escurre desde mis manos hasta mis pies. Desde mi interior hasta el punto infinito más lejano de donde estoy. De donde me encuentre, sea donde sea; siempre va a seguir escapándose. Pero no, porque no se escapa, sigue su camino. Pero mi desesperación... -cierra los puños apretando el borde del sillón y entrecierra los ojos, de los que ahora brotan lágrimas brutales- ¡Se va, se me va, se deshace de mí y de lo que soy! ¡Se va entre mis manos y no hay nada que lo impida, corro detrás y no puedo llegar! -recupera la respiración-. Es inalcanzable ya. Se fue. Y no pude hacer nada. Nada. Se me iba de las manos y veía cómo se iba, y veía su despedida. La gracia con la que se desprendía de mí y la facilidad con la que se deshacía de todos mis intentos por evitarlo. Porque no pasara. Porque yo no quería que pasara, al contrario; quería que nunca se fuera. Que por fin encontrara un lugar acá -Su pasividad nuevamente se reestablece, pasmosa, y sus ojos se elevan en dirección al cielo. Entrelaza los dedos y apoya ambas manos sobre su regazo-. Lo único que quería era que permaneciera para siempre acá. Que no tuviera, y mejor aún, que no quisiera irse, desaparecer, dejar de estar, emigrar. Nunca quise sentir como las líneas de mis manos confirmaban su ida. Eterna. Porque ahora sí que se fue; y si bien seguro no es la primera vez, ahora tengo la alarmante seguridad de que es así. De que por fin sucedió. Ahora sí siento, por primera vez, el frío acero de la certeza inexpugnable en la garganta. Ahora, Dios mío, ahora veo que ya no está. Ahora abro los ojos y realmente dejo de ver que está ahí. Ahora sí, de una vez por todas, me doy cuenta que se me escapó para siempre.

El interlocutor permanecía en silencio, camuflado con la escena. Mezclado con la desesperación que inundaba el aire. Él seguía con la vista muerta en un solo punto, ahora en completa tranquilidad. Exterior, al menos; lo tenso de su cuello y lo desorbitado de sus ojos indicaban que la procesión iba por dentro. La voz del interlocutor, lacerante, gélida, cortó el aire abruptamente:

-¿Y si de una vez por todas dejás que se vaya?

Inmutable, sus ojos se relajaron. Él únicamente giró la cabeza en dirección al interlocutor y, ahora con la desesperanza de un hombre sin futuro en su rostro, con las pupilas empapadas en nada, brillando desde lo más profundo de su franqueza, clavó la vista en los ojos del interlocutor y escupió la verdad.

-Sinceramente, no tengo idea de cómo hacerlo.

Wednesday, June 27, 2007

Los sueños de los ciegos

No trinan los pájaros
ni huelen las rosas,
ni brilla la luna
en el País Vacío.
No hay canción con bemoles,
y no hay vida en los ríos.
No brillan las estrellas,
no se oye la lluvia
despertando contra los suelos.
Hay gris arcoiris,
de muertos verdes
y fríos índigos.
De rojos rosados,
amarillos pálidos
y un lila que, de tan débil,
se confunde con la luna.
No hay inocencia pura
ni dulce timidez
en el País Vacío.
Han muerto los hombres
que dicen sentir,
y sienten los muertos
que nunca han sido hombres.
La luz no ilumina,
más incendia pupilas
de todos aquellos que abren los ojos.
Y ciegos los hombres vacíos
vagan tanteando migajas y vueltos.
Ciegos caminan, siguiendo el camino
que creen correcto.
Siguiendo el camino de nuevo,
aquel que conocen y saben incierto.
Que ciegos andaron,
y aún sigue desierto.
Fallida esperanza,
soñando calor
fallecen los hombres ciegos de frío.
El sol brilla fuerte
y gélido en el País Vacío.

Sunday, June 10, 2007

Dominó

Me saludó y se bajó del taxi. El frío, un frío gélido y cargado de melancolía, invadió el coche cuando ella abrió la puerta. La ví alejarse del auto, mientras el motor tiritaba en silencio. La imagen se volvía a repetir, y ella de vuelta se alejaba. El mismo final para la misma escena, una y otra vez, como un déjà vu malicioso. "Esperamos que entre y arrancamos, jefe", le informé al manejante, mientras ella pasaba bajo las negras rejas que vigilaban su puerta. El taxista me clavó los ojos a través del retrovisor y su barba canosa balbuceó algo que, en ese momento, asumí como un sí.

El frío no había abandonado el taxi. No hacía menos de 4 grados afuera, pero adentro el frío era devastador. Las ventanillas cerradas al tope mostraban en las vetas del vidrio empañado que ella y yo nos alejábamos cada vez más. Como si hubiéramos estado cerca, quizás. Me rehusaba a sacar los ojos del momento anterior, aunque insignificante a simple vista. Debía estar muy hundido en la nada, porque sentí la voz del taxista despertándome del trance.

-¿Una amiga, pibe? -Inquirió el taxista. Pensé un segundo la respuesta; es muy fácil mentirle a un taxista. Sólo quieren hablar.
-Salíamos... -Respondí, instintivamente- Hace mucho, como dos años.

El taxista sonrió. Claro, dos años de mi eternidad tientan a la sonrisa complaciente de un hombre más anciano. Tardé un segndo en darme cuenta, y me avergoncé. Al taxista pareció interesarle.

-¿Ah, salían? ¿Y ahora que, son amigos?
Cuánto más complicado que eso. Decidí atarme a la versión oficial.
-Sí... algo así, es más complicado. La verdad que es jodido. -No servía acordarme de la luz de la pantalla del cine reflejada en su rostro. No ayudaba su sonrisa brillando al lado mío en la sala del cine, no me servían para nada sus ojos finos y eternos clavados en mí. El taxista interrumpió mi sucesión de imágenes mentales:

-Mirá vos... te decía porque escuchaba que dijiste que estás solo en tu casa, ¿no? para que picara, me imagino... pero parece que no, ¿no?
-No, no... je -La risa, esa risa nerviosa cuando es complicado explicar lo sencillo, salió sola- le contaba a ella, nomás. Sé lo que diría si se me ocurriera siquiera comentarle algo así.
-Te entiendo... ¿qué lástima, no? -El taxista me leyó el pensamiento- ¿Y anda con alguno ella? Ahora, digo...

Buena pregunta. Desconocía, sinceramente. Bendita sea la ignorancia.

-No tengo idea, la verdad. Pero me imagino que sí, siempre anda con alguno -El taxista sonrió, supioniendo malicia en mi comentario. Salí rápido al cruce, para cortar la contra- Es una mina linda, vio... nunca le falta algún flaco cuando está sola. -Corto y salgo jugando. Impecable.
-Por la jeta que tenés la minita no quiere saber nada ya, ¿no?
El tachero me heló la sangre. O bien mi expresión era mortuoria en extremo, o el tipo era un diferente. O peor, un psicólogo.

Me acomodé en el asiento y relojeé la calle que cortaba. Faltaba un rato para llegar a casa. Mentir, a esta altura, era lo más decoroso; quizás por eso ni se me ocurrió.

-Y, no... la verdad que hace rato que ella no quiere saber nada, ni de casualidad. Terminó todo muy fulero en su momento -Hablaba y, mientras tanto, volvía a pasar por millonésima vez la misma película por mi cabeza- Pero bueno, es lo que hay. Me la tengo que bancar, je. -La risa, al ataque de nuevo.

El taxista no contestó. Se detuvo en un semáforo en rojo y decoró el silencio, espontáneo e inesperado, con un poco de radio. El frío, la charla muerta y todo lo que tenía en la cabeza en ese momento me adormecieron un poco. Las ideas en mi cabeza parecía disiparse, empezaba a bajar a tierra. Cuando caía en pleno estado alfa, la voz de vuelta cortó el frío.

-Y bueno, nunca se sabe... las cosas van y vienen, hoy estás hecho mierda y mañana sos Dios. Quién sabe lo que le pasará por la cabeza a ella, ¿no?

Tengo que admitir que luego de ese silencio -que me había parecido definitivo- semejante reflexión me llamó la atención, más que nada por el grado de dedicación que un taxista cualquiera de Buenos Aires a las 3 y media de la mañana de un domingo le había imprimido a mi problema existencial. Como si en esos segundos él hubiera perseguido intensamente el comentario correcto; como si hubiera sido necesario el silencio para buscar la frase exacta. Como si, al fin y al cabo, esto tuviera más vuelta que darle. Intenté, quizás crudamente, ir al hueso y tirarla afuera.

-Créame que a ella esto no le va más -me sinceré, lacerante- al menos no como a mí.
Mil veces lo dije, y mil veces me partió el alma escucharme.

El taxista se acomodó la boina cuando faltaban casi tres cuadras para llegar a casa, y su barba canosa y tupida se movió de vuelta:
-Mirá que muchas veces ellas dicen cosas y ahi nomás hacen lo necesario para contradecirse, pibe. Te mueven las piezas hasta que te parece que estás al horno, y de pronto te dejaron ganar. Nunca, pibe, acordate que con ellas nunca ves lo que en realidad es. -En ese punto estaba completamente absorto por la filosofada del conductor. Hasta que la remató: -Y sino, atendele el celular que le está por sonar y preguntale como se lo pudo haber olvidado acá.

Un segundo de inexistencia reinó en el auto; sobre el asiento, un ringtone lacerante comenzó a sonar en ese exacto momento. Levante la cabeza, completamente desconcertado. El taxista me sonreía por el retrovisor, y su barba canosa brillaba más que nunca.

-¿Eh? -Me limité a exclamar, casi aterrado. El teléfono sonaba incesante. Mis ojos seguían clavados en el espejo, y la sonrisa tentada del taxista era casi palpable.
-Dale, pibe, que se corta, me despertó el hombre. Casi por inercia y aún en estado de shock, atendí la llamada con toda la naturalidad del mundo. La pasividad del tachero era inmutable, casi tanto como el ronroneo del motor que yacía detenido, esperando el fin de la llamada. Segundos antes, ella casualmente descubría que su celular se había caído posiblemente en el taxi, y lo queróa de vuelta.

Atónito, saludé y corté la llamada. Tenía su celular en mis manos. Vinieron a mi cabeza tantas preguntas como vellos blancos había en la barba del taxista; antes que pudiera exclamar palabra o salir corriendo, se volvió a acomodar la boina, más arriba esta vez, y repitió su concepto.

-¿No te digo, pibe, que las piezas las mueven siempre ellas?
No se porqué, pero sólo sonreí. El taxista subió la ventanilla, me miró una vez más y, mientras arrancaba el auto, volvió a leerme el pensamiento:

-Bueno... Volvemos a la casa de rejas negras entonces, ¿no?

Sunday, February 18, 2007

Espejos de colores

Los colectivos habían pasado de a docenas. Mis pies empezaban a entumecerse y me dolían los ojos. Hacía frío, más frío que la última vez. Faltaba el ligustro que enredaba la pared, y la sombra de las nubes ya no era de confiar. No sé por qué sentía tanto frío; había tenido días peores. Me estaba cansando de estar ahí, contra todo pronóstico. Sentí el golpear de un bastón contra el suelo; no me sorprendió. Los guantes empezaban a perder toda utilidad al tiempo que mis yemas perdían sensibilidad, por lo que no sabría decir bien que estaba pasando. Pero, insisto, nada me sorprendía. Quizás ya había perdido esa gracia. O quizás no.

Me cerré el saco al tiempo que se quitó los guantes. Se negaba a sacarse el sombrero, si mal no recuerdo.
Se paró frente a mí y sacó un sonrisa socarrona. Innecesaria, si se me permite. Cojeaba del pie derecho y por lo desgastado de su traje, que parecía haber tenido mejores épocas, podía asegurarme que no era la primera vez que aparecía por estos lados. Un tono colorado desprolijo en totalidad, salvo por el sombrero negro, lo pintaba de punta en blanco. No era más alto que yo y su figura se alejaba de lo esbelto. Sin embargo, sus ojos marrones fulminantes me hubieran congelado el alma.
Impaciente y con una increíble serenidad, decidí desgarrar el silencio. Supo anticiparse.

-Sea lo que sea que vaya a decir, está completamente equivocado.

Realmente me tomó por sorpresa. No imaginé cuan errado podía estar por preguntar la hora.

Volvió a arremeter.

-Éste es el último cruce. En este momento, usted es completamente incapaz de mentir y no podría formular una exageración aunque su vida dependiera de ello. Desde la reja roja de esa esquina, hasta ese buzón celeste -ubicado exactamente en medio de la esquina contraria- la verdad, la mentira y el pecado son un solo, y son completamente inalterables.
Se levantó el sombrero y una nariz algo extraña asomó bajo un flequillo completamente desprolijo.

Bien podría decir que estaba asustado. Pero es más acertado afirmar que entendía perfectamente lo que sucedía, y que no me agradaba demasiado. Mire hacia ambas esquinas, e intenté formular palabra. Nada.

-Siempre con la misma necesidad de comprobar las reglas, ¿no es verdad? Créame; si yo mismo ahora y aquí le estoy diciendo que en este lugar la realidad es inalterable, se imaginará que es imposible que no lo sea.

Me sinceré conmigo mismo y traté de terminar de comprender la situación. Respiré.

-Entiendo -y realmente debía estar haciéndolo, sino nada hubiera salido de mis labios-. Algo de todo esto tiene que ver con mi decisión, ¿verdad?
-Me regocija no repetir explicaciones -dijo, quizás satisfecho-. Ya sabe lo que le falta. Usted cumplió. Es hora que ponga el precio de lo que le corresponde.

En las esquinas reinaba el silencio. Desde mi lugar parecían exactamente iguales, de no ser por el buzón que brillaba incandescente en la oscuridad en una de ellas. El hombre hizo unos pasos atrás alejándose de mí, con su sombrero negro nuevamente dando sombra a su rostro. Un anillo de plata brillaba en su meñique izquierdo, o quizás derecho.
Miré hacia arriba y no encontré cielo alguno. Es decir: el cielo estaba ahí, pero no lograba verlo. Se escapaba a mi sentidos. Éramos sólo el hombre, las esquinas y yo. Y la pared en la que me apoyaba, claro. Tanta era mi conciencia sobre la importancia de mis próximas palabras, que realmente no hubo lugar para la duda. Apoyé ambos pies en el suelo y me separé de la pared, acercándome más o menos un metro al hombre. Nuevamente, sonrió.

-Si supiera cuántos pasaron su eternidad dando el paso adelante que usted acaba de dar, saldría corriendo -adivinó mis intenciones y me clavó la mirada de lince en los ojos-. Recuerde que la verdad es una sola. No intente mentir, porque acabaría pecando. Y si mal no recuerda, todo es lo mismo aquí. Pero la determinación de sus ojos me da la pauta de que en este momento, mentir sería una verdadero pecado.

-¿Me permite? -pronuncié, cortante, lascivo- Ya sé cuál es mi precio.
-Creo que siempre lo supo.
Su omniscencia realmente me irritaba.
-Hable nomás -sentenció-.

-Busco sus ojos. Busco la perfecta y completa noción del contenido de sus ojos fríos, porque sé que dentro de ellos en realidad el calor es incandescente; busco el ángulo exacto de sus hombros para entender por qué se alejan tanto. Quiero descifrar qué es lo que en sus ojos oscuros como la noche y puros como el oro me pierde sin darme noticia; quiero descifrar su expresión de la manera necesaria para aprender a interpretarla. Busco entender el color de sus estrellas y el tamaño de su ser entero. A ver si me entiende; busco el prisma necesario para descomponer sus colores de la manera correcta.

Las esquinas se iluminaron suave y tenuemente, y el buzón empezó a titilar hasta morir en la oscuridad, mientras que las rejas consumieron su color bajo el brillo de las sombras. El frío se había ido, y algunas nubes de gris espeso amenazaban con tronar. El hombre golpeó el maltratado piso de adoquín sobre el que estábamos. Una gota gris me llovió sobre una mejilla, y él se sacó el sombrero. Su frente llevaba adornos.
Sacó un ramo de flores de su capa.

-Tome. En el ramo hay doce flores, todas de colores distintos que usted no sabría distinguir. De esas doce flores, hay nueve que no poseen espinas. De esas nueve, hay cinco que durarían frescas un romance entero. Entre esas cinco, hay tres tuyo perfume enamoraría a las medusas, y de esas tres hay una, sólo una, que jamás se marchitará y que será azul cuando ella aparezca. Una flor inmortal. Sólo ésa le será útil. El éxito de esa flor significará la muerte de las demás.
-¿A qué se refiere? -pregunté, exaltado-
-Usted debe permanecer aquí, con el ramo entre sus manos. Un día, su espera terminará. La persona que nunca vendrá se hará presente; para reconocerla, tendrá ella una flor. Una flor que se marchitará ni bien sus ojos lo encuentren.

Mis rostro debió mostrar algún desasosiego, porque su voz sonó a reprimenda.

-Oiga. Es el precio que usted puso, y es el precio que nosotros pagamos. Usted tenía el universo para elegir; pobre de usted si eligió una estrella.
-Para nada. Sé lo que hice y, como desde el principio, no me arrepiento. Entienda mi falta de costumbre, nada más.

De pronto, un rumor de pasos y un perfume de verano cortaron el diálogo. Sólo una flor azul había en mi ramo. Desde el buzón azul, Ella llegaba lentamente.

Quedé confundido. Busqué al hombre con los ojos; conocía a esa mujer. Y creo que ella me conocía a mí. Algo no estaba bien.
Entonces, en mi desesperación, entendí: en ese lugar, lo verdadero era el pecado de la mentira.
-¡Usted...! ¡Devuélvame mi alma!

No atiné a terminar la frase. El hombre, cerrándose el saco, acomodándose el sombrero y enfilando para las rejas rojas, rió con soberbia una vez más y dándome la espalda, me dijo:

-¿Qué? ¿O me va a decir que pensó que a usted no lo esperaba nadie?

Saturday, February 17, 2007

Renuncia

Recuerdo la última vez que lo ví. Yo estaba recostado en una esquina, el cielo estaba nublado y la luna y un ejército de estellas llevaban al sol a abdicar. Había una mujer en la parada, o quizás era un hombre. Volví de la nada cuando el aleteo me sacó de la somnolencia. A mi lado, apoyado contra la misma pared, pretendía pasar desapercibido. Lejos estaba de lograrlo. El pelo despeinado, largo hasta la nuca y oscuro como la noche. Sus ropas estaban entre opacas y sucias, con un tono que no llegaba al negro. Era bastante menos. Una sombra de plumas apareció junto a mis pies luego que el me mirara, cuando me llamó la atención con un chiflido agudo. Lo miré. Tenía una mueca de desolación; pocas veces la expresiones dicen tanto. Sus ojos de castaño oscuro escondían algo que no pude entender, pero que me entristeció automáticamente. Tenía las manos sucias; algo de dice que aún no se las lavó.
Se sacudió el ropaje para sacar un poco del polvo que lo cubría. Parecía estar cansado, pero sus ojos mostraban determinación. Luego de unos minutos en los que la luna y su imperio azul cruzaron el cielo, me miró. No parecía muy seguro de lo que hablaba.

-Así que seguimos en la misma, ¿eh?
Su pregunta me tomó por sorpresa. Vacilé.
-Disculpe, pero no sé de que está hablando. -Ni siquiera yo lo creí.-
Se apoyó en el barandal que estaba enfrente mío y se abrió el saco.
-Claro. No tenés idea, ¿no? De pronto la memoria te engaña. La memoria, o quizás otra cosa.
-O quizás no -salí rápido al cruce-. Quizás usted habla más de lo que sabe.
-Eso lo sabés vos mejor que yo -respondió, ahora determinante- No soy yo el que vale pocas migajas. Porque si no me equivoco, ese es el precio que cerraste.
Tragué saliva, mirando al horizonte de asfalto, impaciente por la carroza pública. Intenté darle la espalda.
-Ni se te ocurra.
Su expresión, ahora, fría y cortante.
-Sabés perfectamente de lo que hablo... creo que por eso entendés mi presencia.

El aire se heló y la temperatura bajó bruscamente. De pronto, me sentía más solo que nunca.

-El silencio es enemigo de los inocentes -sentenció-. No creas que está todo perdido. Nada se cierra hasta el último segundo.
-Los inocentes descreen del silencio -repliqué- quizás por eso es no pronuncio palabra.
Caminó algunos pasos por el cordón de la vereda, con las manos sucias en la espalda.
-Y digamos que los culpables nunca usan el silencio, así que estamos en medio de un juego de palabras bastante insulso. No juegue conmigo, se lo pido amablemente. -Su tono, ahora formal y calmo, me taladraba el cerebro.
-¿Y si directamente me dice lo que está buscando y le muestro el camino de vuelta? -Lo enfrenté, algo molesto pero más nervioso.

Sus ojos se hicieron hielo.

-No me trate como ellos, que soy completamente distinto y usted lo sabe. Usted me traicionó. Usted desconfió de mí y luego me abandonó para siempre, porque sabe que no hay retorno del lugar al que fue. Usted me transformó en lo que soy.
-¿Me vas a decir que estabas cómodo con esa túnica blanca?
Me cortó la frase.
-Eso es cosa mía. Yo respondía a algo, y eso me fue arrebatado. Míreme ahora. ¿Qué soy? ¿Qué es esto? ¿Es blanco, es negro? Entiendo que tardó en reconocerme, pero sabía perfectamente quien soy. De qué se trata todo esto. Lo poco que usted quería, ese pequeño capricho porque el pagó semejante precio me dejó recogiendo monedas del suelo. Sea hombre y hágase cargo.
-Me temo que eso ya va a ser imposible -retruqué.
-¿No es capaz de hacerse cargo?
-No me refería justamente a eso.
Junto al frío, el viento empezó a llevarse las hojas, y la oscuridad brillaba alrededor.

Me encaró, con un melancólico tono en la voz. De pronto, parecía despedirse para siempre.
-¿Está seguro de lo que dice? Sabe perfectamene a qué me debo. Más allá de sus decisiones, mi deber son sus espaldas. Mi desgastada túnica no me degrada y mis pesadas alas desplumadas no me impiden volar. -Sus manos imploraban misericordia, y sus ojos esperaban algo que sabían que no iba a suceder.
-No es posible la marcha atrás, y bien lo sabe. Usted mismo me lo dijo, y el que está en el Negocio es usted. Yo debo atenerme a las consecuencias. -La nota irreversible de mi voz me sorprendió hasta a mí mismo.
-Bien. Hasta aquí será, entonces. Le agradezco este tiempo a su lado y ha sido un honor. Que los sueños que vengan sean mejores que los que le traje.
-Nunca van a ser tan coloridos. Adiós. -Me miró unos segundos más y se empezó a alejar, quizás caminando, dejando sus ropas, ni blancas ni negras, sobre la ahora gigante sombra de plumas. Se dió vuelta una última vez.
-Disculpe jefe, pero hace un buen tiempo que está en este mismo lugar, y no creo entender bien el por qué. ¿Qué hace todavía aquí?
-Espero a alguien que nunca vendrá.
-Me parece perfecto. Pero tómese su tiempo, hace rato que espera...
-No te preocupes. Cada vez falta menos.

Monday, February 12, 2007

Último recurso

-Buenas tardes.
-Buenas noches, diría.
-Cierto. ¿En qué puedo ayudarlo?
-Creo que bien lo sabe. No son muchas las cosas que se pueden hacer aquí.
-Cierto de nuevo... pero usted entenderá, cortesía pura.
-¿Cortesía...? ¿Justamente aquí se toman la molestia de ser corteses?
-Irónico, ¿no? pero bueno... son las reglas de la Gerencia.
-Está bien, no me incumbe... vengo por lo mismo.
-Entiendo... a ver, deme su nomb... Momento; yo a usted lo recuerdo. Sé quién es... Por lo que más quiera, ¡¿Qué hace usted todavía por aquí!?
-Ya me extrañaba que no me reconociera...
-¿Y se puede saber que pretende otra vez por aquí? Ya sabe que no es mucho más lo que se puede hacer por usted.
-Sí, lo se... Quizás es por eso que, de vuelta, me encuentra parado frente a usted en este mismo escritorio.
-O quizás no, ¿no cierto?
-Veo que su sagacidad permanece intacta... Pero no, no vine a lo mismo de siempre. Mis interminables pasos por este lugar me hicieron dar cuenta que dependo de mi mismo, por lo que voy muerto. Así que vengo a acercar yo a ustedes una última oferta antes de retirarme para siempre.
-Ya veo... ¿Y por qué razón, si se puede saber, podría alguien en este lugar estar mínimamente interesado en lo que usted, que no es de lo más valioso que hay por aquí, pueda ofrecer?
-Conserva su vanidad, como veo también. Verá; llega determinado momento en el cual son pocas las cosas que quedan en uno. Llega un punto en el cual todo queda tan atrás que pareciera que pasó por encima. Sabiéndome a mi mismo como única opción para evitarlos, y conociendo la lejana posibilidad de que tenga éxito, vengo directamente y de frente yo mismo hacia ustedes. Así como me conozco a mí mismo, los conozco a ustedes. Sé qué es lo que siempre quisieron y sé qué es lo que voy a tener a dejar atrás si quiero salir de una maldita vez de aquí.

Al hombre del escritorio le brillaron los ojos.

-Siga, por favor...
-Creo que no hay nada más para decir que usted ignore. Estamos grandes, sabemos de lo que hablamos. Estoy en el piso, le pido que tenga la decencia de no seguir pateándome.
-¿Usted diciendo que estamos grandes? Ja... creo que sabe perfectamene que el que está grande aquí no es nadie más que usted. El que se dejó comer por las agujas fue usted, mi estimado. Así que comparto su sentimiento, pero recomiendo aplazar el tono amenanzante para otros momentos, porque creo que nadie está en peores condiciones que usted para intentar amenazar.
-Sepa disculparme. Mi situación en actual no es de las más adecuadas. Me es difícil pensar que no tengo otra salida más que ésta, por lo cual me es bastante duro el aceptarlo. Debo confesarle que bien me aterra la posibilidad que ignoren lo que ofrezco.
-Le pido por favor que no me tome por inocente... sabe que si algo falta por aquí, es inocencia. Sabe perfectamente que lo que usted ofrece es bienvenido y reconocido como un triunfo para nosotros.
-Lo sé y por eso me evalúo a mí mismo una y otra vez antes de hacerlo... pero como le he dicho, alternativa ninguna me ha quedado luego de mis desempeños. Tristes, por cierto.
-Y todos a cuenta pura y exclusiva suya.
-No necesito que me lo recuerde.

Ambos inhalaron y exhalaron profundo.

-Muy bien... ¿está preparado?
-Creo que siempre lo estuve.
-Bien... tome. No se queme con la punta.
-¿Le parece que esta altura eso sería un problema?
-Cierto es... mi error. Sepa disculpar.
-Alcánceme los...
-... aquí los tiene. Aquí, aquí y aquí.
-Bien.. bien..
-Para ser sinceros, nunca creí que lo vería haciendo esto. No a usted.
-Y usted diciendo que es inocencia es lo que falta por aquí... ya está.
-Perfecto. Ahí, lo que es para nosotros... y aquí, lo que es para usted. Tómese su tiempo.
-Hombre, ust...
-Nada de hombre. Cuide su vocabulario que nada de esto es mi culpa.
-Si yo estoy haciendo esto es porque ustedes ya saben qué busco, así que no pienso tomarme la molestia.
-Veo que va a ser complicado para usted... pero tenemos todo lo que queremos. Y usted, con el tiempo, también lo tendrá.
-Lástima que éste sea el precio.
-Lástima que usted no haya sabido evitarlo.
-Bien... basta de preámbulos, que ya de por sí es difícil. Será hasta otro momento.
-Hasta otro momento... su compañía ha sido hasta agradable.
-Igualmente. Adiós.
-Adiós. Siga al muchacho de rojo, por favor. Muchas gracias.

Friday, February 09, 2007

Oasis


Who kicked a hole in the sky,

Las manos cerradas en los bolsillos arrugados eran sólo una las tantas lágrimas que sentía en el alma. Sollozaba de una manera casi trágica, con la amargura de quien sabe que volvió a perder. Se caía el cielo a pedazos sobre los restos de clavel que morían pasos atrás, cerca del cuerpo de una esperanza que, quizá, nunca estuvo ahí. Todavía llovía bajo los pies y bajo sus ojos que, cerrados, traían a pensar que no querían volver a ver; que quizá ya no hubiera nada para ver.

so the heavens would cry over me?

Que todo había empezado pero que, quizá, pudiera no terminar. O que, quizá, terminó. Los hombros encogidos encendían certezas de un tristeza reprimida bajo el buzo empapado de un hombre atónito. Del regreso de un recuerdo que seguía vivo en un pasado que, quizá, acababa de morir. O quería hacerlo. Más de una vez tragó saliva junto con odios hirientes para que palabras sueltas no la golpearan; supo recibir golpes en ambas mejillas para que las de ella estuvieran siempre vírgenes de castigo. No iba a ser él quien ahora forzara más lo que, quizá, antes no era forzado.

I hope the weather is calm as you sail up your heavenly stream

La última gota que cayó en su nariz, víctima de una distracción, lo volvió a traer al mundo e hizo que comprendiera que, quizá, no había terminado. Que no quería verla llorar, pero era posible que no fuera a hacerlo. Dudó un segundo. Uno solo. Quizá, el frío que sintió en ese segundo infinito en el que estuvo parado esperando que el el pánico pasara de largo fue suficiente para reanimarlo. Empezó a correr hacia los claveles con la desesperación propia de los que no creen en el margen de error; el colectivo no había llegado y la decisión que ella juró firme no parecía, al menos de lejos y con golpeadas esperanzas nuevas, tan certeras como antes. Se detuvo en la esquina contraria, sin cruzar la calle; el temor disfrazado de asfalto marcaba el límite entre el pasado reciente y el futuro incierto. Un límite que el agua parecía llevarse consigo cada vez más rápido... la miró una vez más, miró el rostro que las palmas de sus manos empapadas escondían y adivinó que no era la lluvia quien se llevó el seco de sus dedos. Si mirar atravesó una calle increíblemente solitaria de almas, ya que era imposible probar que quienes pasaban entre ellos tuvieran una. Ella lo vio, delante, presente; la esmeralda pasó a aguamarina bajo sus pestañas y sus brazos cayeron cuando quisieron empujarlo. Las nubes de grises viejos adornaron lo que las frías baldosas hechas agua vieron de cerca. Ella luchaba por no dejar recaer su cabeza vencida en su pecho. Él, ya sin pensar, sólo la abrazó como nunca.

Come on baby blue, shake up your tired eyes

Mil frases pasaron por su cabeza y delante de sus ojos sólo estaba el perfume de él, mezclado con la hojas frescas que arrastran en sí las gotas de lluvia. No sentía ya los brazos, cansados, pero no quería dejarse en manos que no fueran las suyas. Siempre pensó que el había mirado hacia atrás con odio, que había olvidado cómo empezó todo más allá que no estuviera a simple vista porqué, quizá, terminó. No quería siquiera que hubiese vuelto hacia esos claveles que yacían por ella y por él. Sus manos volvían hacia él, otra vez sentía latir. La emoción era un abrazo en ella. Él seguía inmóvil, ahora con una seguridad digna de quien sabe lo que hizo. Sólo la abrazaba, sólo dejaba que la ahora suave y fina llovizna la celara; sólo le mostraba lo cerca que estaban.

Keep on claping; just remember I'll be by your side,

El pánico volvió esta vez a ella. Levantó la vista y entendió que, quizá, no era tan fácil. Él la miró a los labios, llenó sus manos de su rostro... secó sus ojos. Ella de vuelta lo miró, amenazando con lágrimas sus expectativas. No era claro por qué razón ella estaba terminando lo que no había quedado atrás; él se encargaba seguido de no dejar que la duda sembrara discordia entre los dos. Ella sabía que no podía dejarlo atrás como a un recuerdo difuso. Ninguno de los dos podía explicar todavía porque los pétalos del clavel estaban teñidos de adoquín. Él abrió los brazos para dejarla pensar por ella y ella volvió a pensar que algo no estaba bien. Que difícilmente las cosas llegaran a ella en forma de abrazo, que alguien desafíe la posibilidad de caer por tomarla de la mano. Que él pudiera volver sobre sus llovidas huellas sólo por que su nombre amaneció en su cabeza.

but if you don't let go it's gonna pass you by.

Él temió. Por un segundo, tan helado como el anterior, oyó a la incertidumbre susurrar en su oído. La miró como quien sabe que el Diablo aún no se fue. Amagó una palabra que nunca pasó de intención y abrió sus manos, que ya no la rodeaban con tanta seguridad. Vio como vacilaba y finalmente entendió que no podía hacer nada. Estaba inmóvil. Y frente a él se libraba una guerra cruda, fría como la tormenta que azotaba esa esquina. Ella quería soltarlo, pero palpaba el buzo que él llevaba, empapado, y se vio a si misma con la cara libre de lluvia alguna. Lo miró una vez más para presentir su llanto. Él estaba otra vez en el borde, y esta vez sí iba a quebrarse. Y ella no quería, no volvería a verlo llorar, no por ella, que no valía lo suficiente, que no tenía nada para ofrecerle... que se convencía que no podía ver el sol en sus ojos, tal como él decía. Que no se encontraba con estrellas en sus mejillas. Él sentía su alma cayendo cada vez más en silencio, en una soledad sepulcral.

Who stole a sun from the sun in a world come undone?

“No”, pensó ella. No de vuelta, no otra vez por ella. Él seguía sin respuesta, con la seguridad de quien conocía los riesgos y se les enfrentó igual. Sus rodillas temblaban y su mandíbula llevaba adelante esfuerzos imposibles para ahogar un llanto más. No otro, no delante de ella. El cabello empapado y las gotas cayendo hasta sus narices, escondiendo las lágrimas. Disimulando la realidad. Ella seguía debatiendo a velocidad luz; no podía quedar así. Pasó y repasó ideas, conceptos y sentimientos en su mente, ordenó y desordenó todas las imágenes que entraban por sus retinas; analizó con el corazón y sintió con la cabeza. Hasta que tuvo que pasar para que entendiera. Hasta que entiendo la situación y volvió a reconocerse a sí misma y a quien enfrentaba. Hasta que lo escuchó sollozar bajito, muy bajito dentro de la capucha, con los ojos cerrados y la cabeza gacha. Hasta que entendió todo lo que pasó dentro de él en esos momentos y hasta que lo vió con los ojos limpios de lluvia. Hasta que, sin pensar un segundo, lo abrazó como nunca y dejó que por fin su mirada atónita llenara de sol sus ojos.

Let there be love .

Tuesday, January 23, 2007

Pánico escénico

-Bellísima.


Se dice que es difícil estar en el lugar indicado en el momento indicado. Aunque más difícil es -creo yo- estar en el lugar y momento indicados y además tener la ocurrencia de darse cuenta. Lejos, bastante lejos de esa idea estaba mi cabeza cuando la suya dormía entre mis hombros. No sé si podría explicarlo dos veces de la misma manera; sólo se me vienen flashes a la cabeza a los cuales es complicado encontrarle una coherencia.

Quizás habían pasado días en forma de lustros, o quizás no. Posiblemente, la relatividad del tiempo me haga perderme en lo efímero, incierto y dulce del recuerdo, o sencillamente no me acuerdo bien cómo fue todo. Lo cierto es que entre sus primeras apariciones en los delirios tempranos que guardo para mí mismo, vacíos completamente de peso real alguno, y su brillo intenso en lo negro de mi pupila con la que hoy vuelvo a verla, mucho de mi propio fantasma me viene persiguiendo. Pero ya sean apariciones o fantasmas, pupilas o miradas, brillos o desengaños, lo único que puedo afirmar como certero es el oro que me entra por los ojos y me eriza la piel. Lo inapelable de lo sensorial, que vuelve a sentarme precedente y me hace pesar la historia.

Yo no la conocía. Conocía a mucha gente, ella conocía a mucha otra. Estando aburrido, algún Gris nos cruzó los cables; los míos y los suyos eran los mismos. Aún así, nunca los ojos me habían hilado fino hasta ese entonces. De alguna manera, que tampoco podría afirmar, generé o generó un primer vínculo liviano y frágil; como siempre, se empieza desde la semilla. En el medio de esa nada, los ojos miraron. Recalé, por qué no, en su aspecto: a primera vista, la adolescencia le brotaba de los poros, y eso le sentaba perfectamente. Al profundizar un poco más mi -en ese entonces- aburrido análisis, empecé a caer en que seguramente la mirada clínica no alcanzaba para entender lo que veía. Esa primera sensación de pureza rubia me entró de lleno en la mandíbula a la velocidad de un cross de derecha. Desde adentro, despacio, con las alas puestas, dejé de observar para admirar un poco más lo que tenía en frente. Era, sin dudas, de las mejores costillas de Adán. Esa primera noche, puedo decir, sentí el primer delirio de anhelo de esos que solían agarrarmente de imprevisto y frente a unos ojos claros. Esa primera noche, aseguro que no me la vi venir.

No quiso irse de mi presente mental durante unos cuantos días. Pasados los mismos, todo era lo que había sido, y nada más: caramelo para la vista.

No contaba yo con la segunda vuelta; no muchas semanas después -me animo a mentir que dos- por segunda vez volvía a verla, como siempre, bajo circunstancias casi idénticas pero que, dada esa noche, abrió alas que antes no tenía. La luz del televisor nos llevó a los sillones y cada uno buscó su lugar. Siendo inconsciente, diría que me avisó por lo bajo, como con una especie de slang de seducción el cual, creo que más que obviamente, nunca logré entender. Con ojos ciegos de señales también me acerque a los almohadones buscando espacio. Al lado mío, ella, lo suficientemente cerca para mi sospecha. En ese lugar, yo mismo, lo suficiemente lejos de darme cuenta.
Mientras la película llenaba de sangre la pantalla, de alguna forma mis manos llegaron entre sus dedos y se encontraba enredada en mí. Con la nuca sobre el pecho y la cabeza en un hombro, con la paz en los ojos y la inocencia entre mis manos, encontre el lugar perfecto para un momento perfecto. Pero bueno... se sabe que nadie es perfecto.
No terminaba de entender mi papel en esa escena; digamos que suelo ser actor de reparto en cuanto a éxitos se refiere. De pronto, y esto juro que fue en una luz, toda su adolescencia estalló al máximo. Todo estaba oscuro, la luz del televisor nos miraba y distraía a todo aquel que no perteneciera al cuadro. Me encontré atrapando a una verdadera lolita de ojos miel, tan grandes como expresivos y brillantes. Una tentación con forma de labios, de labios delicados y firmes, húmedos por azar. Rasgos perfectos, terciopelo suave en la piel y rosado en las mejillas. Las pestañas, incluso, bañando toda la miel de sus pupilas; un tabique respingado y en sincronía perfecta con la faz de su rostro, impeclabe por donde pegase la luz. Inocencia, pura inocencia naciendo de cada centímetro de sus manos, que apretaban las mías cuando la paz se iba de la película. Pasé de estar de pisar la tierra descalzo a flotar en el Nirvana, en lo que dura una mentira.


Fantasmas volvieron y el cuerpo, la mente y el maldito pánico escénico maniataron al corazón. Como un infarto romántico, ninguna fibra de mi ser efectuó ningun movimiento necesario o acción lógica para llevar a cabo el final evidente de una película tan trillada como una así sería. Conocía ese fantasma, y sabía que había vuelto por mí. O peor: no por mí, sino por lo que sería mío.
Divertido, irónico y quizás malintencionado sería decir que me dormí en los laureles, aunque cierto también sea. Todo junto, dentro de unos ojos que ya ni siquiera parpadean; la implacable impotencia, la lujuria ardiente, la desesperación, el final previsible, la frustración, el intento de renacer... el telón final. La pesadilla que iba a ser sueño cuando te despertaste.


Acaba de sucumbir ante mí mismo, el enemigo peor. Sabotaje de primera línea para las aspiraciones de vuelo de quien nunca despega. Veía a Lolita, sentia ardir su cuerpo sobre el mío y me hundía en el hielo de mi Enemigo. Sentía a Lolita, una Lolita tan perfecta como si fuera rusa, con oro cobrizo en el cabello y rasgos no solo de ángel, sino que de adolescente. Lolita, en su blanco cuerpo de perfectas formas y pulidas faces... de expresión enternecedora hasta para las bestias y una voz dulce, suave, completamente libidinosa.

Lolita, ahora, fría y distante como si hubiera muerto. Lolita recordándome que siempre se perdona más al que se pasa que al que no arriesga. Lolita, haciéndome perder otra guerra sangrienta conmigo mismo y mostrandome desde su rusa perfección, como quien muestra el pan a quien moría de hambre y no supo comer. Demostrando que el tren es sólo de ida.


Quizás Lolita es, para mí, la soledad.