Saturday, August 04, 2007

Fuga de certezas

Busco a la Mentira.
-Comprendo. ¿Podría indicarme su nombre?
-No creo que sea necesario. Y usted lo sabe.
-Es verdad. Pero lo sarcástico de todo esto lo vale.

El ambiente estaba pesado. La luz de la luna volaba entre pared y pared, y no había mucho del paisaje para ponerse a relojear. El silencio era fúnebre.

-Aquí no se encuentra la Mentira. Váyase por donde vino.
-Ni muerto -contestó seco-, no hay manera que eso sea verdad.
-Exacto. Justamente por eso le digo que aquí no se encuentra la Mentira. De hecho, no hay forma que eso sea posible.
-Mentira.
-Todo lo contrario -respondió, sonriente- Busque lo que desee, pasei si se atreve. No hay nada de lo que pueda encontrar aquí que sea mentira. Y menos aún a la Mentira.
-¿Verdad? -respondió, algo confundido
-No podría mentir aunque lo deseara, créame. Entre otras cosas, ¿cómo llegó usted a este lugar?

El aire se tornó más denso; la luz plateada de la luna seguía intermitente entre ellos y nada se distinguía entre sombras y luces. Nada que fuera verdad. O mentira, no era certero.

-Ella me trajo.
El hombre se sobresaltó disimuladamente.
-¿Ella? -musitó- ¿Se refiere a ella?
-No, ella no. Hablo de Ella.
El nerviosismo era palpable en la frente del hombre que cuestionaba. Una sola gota de sudor hubiera hablado por sí misma.
-Veo que por fin la ha encontrado -se rió, y fue cínico- Espero que el cese entonces su llanto desesperado. Que empiece a actuar como hombre, si es que puede.
Obvio era el tono de sarcasmo agresivo de la frase. El brillo de determinación en los ojos de ambos, aunque cargados de incertidumbre, una incertidumbre temerosa, en los ojos de quien preguntaba. El pulso y el correcto desenvolvimiento de quien respondía era implacable, así como las respuestas y su inocencia.

-Ahora soy más hombre que nunca, lo que significa que antes también lo era. Como hombre que soy, entonces, exigo a la Mentira.
-No me apure. Lejos está de conocer dónde diablos está parado. Y más, aún, de saber de qué está hablando. Noto una determinación, una seguridad en sus palabras que ya había sentido antes; conozco esa mirada. Sus ojos no mienten, para nada; pero tengo la precisa sensación de que todo lo que cree saber de la Mentira está totalmente equivocado.
-¿A que se refiere con eso?
-A que es mentira. -Sonríe.
Más allá del tono irónico de este último comentario, quien preguntaba continuaba temiendo.
Temía que lo pensaba no concordara con la realidad, y lo que creía desacertado en los ojos del muchacho fuera la pura verdad.

-Vayamos al grano. ¿Qué cree saber usted de la Mentira?
-No sé nada, sencillamente la conozco.
-Entonces, podría indentificarla si la tuviera enfrente. Podría saber quien es entre un millón de mentiras más. Podría arrancarla de un sinfín de verdades sólo olfateándola. Podría, entonces, diferenciar la Mentira de la Verdad, ya que usted dice conocerla.
El argumento del hombre, más alla de desconcertante, era acertado.
-Jamás le ví el rostro, si a eso se refiere. Pero la olí como perfume en mil cuellos, la sentí clavarseme en la piel cien veces, pude encontrarala en tantas miradas como voces en las que se me presentó. No sé si tiene un rostro, porque la vi en demasiados. Así que sí, conozco a la Mentira. Por eso sé que la busco, y más ahora que Ella me trajo a donde debo enfrentarla.
-Usted me parte el alma.
-Como si eso fuera posible.
El tono de la conversación ya era decididamente rígido. Así como la tensión hacía de piel en el aire, la luna caía de un solo lado de la habitación.

-Comprenda -susurró, en un tono gravísimo- la Mentira no está aquí. Este es el único lugar donde la Mentira no existe y donde no es posible encontrarla. Y lo que le digo es la prueba insoslayable de la veracidad de mis palabras; para mentir hay que conocer la verdad. Y los que aquí están, es porque en algún momento decidieron dejarla de lado.

El sudor frío recorrió el cuello del muchacho; todo eso tenía sentido. Podían ser un conjunto de palabras al azar que casualmente resultaban sonar convincentes, a o una verdad tallada en bronce. Dudó.

-Para poder mentir a alguien, imprescindible es que aquella persona desconozca la verdad. Y por la fuga de certezas que atacó sus ojos, me parece que estoy en lo correcto.
-Que dice la verdad -respondió el muchacho, ahora irónico.
Sonrisas.
-Exacto. Sino, ¿quién lo envió a usted aquí a buscar a la Mentira?
-Ella. -Respondió, pálido.
-Exacto. Dígame ahora, ¿Quién lo enviaría a buscar a alguien al único lugar donde nunca lo va a encontrar?