Sunday, February 18, 2007

Espejos de colores

Los colectivos habían pasado de a docenas. Mis pies empezaban a entumecerse y me dolían los ojos. Hacía frío, más frío que la última vez. Faltaba el ligustro que enredaba la pared, y la sombra de las nubes ya no era de confiar. No sé por qué sentía tanto frío; había tenido días peores. Me estaba cansando de estar ahí, contra todo pronóstico. Sentí el golpear de un bastón contra el suelo; no me sorprendió. Los guantes empezaban a perder toda utilidad al tiempo que mis yemas perdían sensibilidad, por lo que no sabría decir bien que estaba pasando. Pero, insisto, nada me sorprendía. Quizás ya había perdido esa gracia. O quizás no.

Me cerré el saco al tiempo que se quitó los guantes. Se negaba a sacarse el sombrero, si mal no recuerdo.
Se paró frente a mí y sacó un sonrisa socarrona. Innecesaria, si se me permite. Cojeaba del pie derecho y por lo desgastado de su traje, que parecía haber tenido mejores épocas, podía asegurarme que no era la primera vez que aparecía por estos lados. Un tono colorado desprolijo en totalidad, salvo por el sombrero negro, lo pintaba de punta en blanco. No era más alto que yo y su figura se alejaba de lo esbelto. Sin embargo, sus ojos marrones fulminantes me hubieran congelado el alma.
Impaciente y con una increíble serenidad, decidí desgarrar el silencio. Supo anticiparse.

-Sea lo que sea que vaya a decir, está completamente equivocado.

Realmente me tomó por sorpresa. No imaginé cuan errado podía estar por preguntar la hora.

Volvió a arremeter.

-Éste es el último cruce. En este momento, usted es completamente incapaz de mentir y no podría formular una exageración aunque su vida dependiera de ello. Desde la reja roja de esa esquina, hasta ese buzón celeste -ubicado exactamente en medio de la esquina contraria- la verdad, la mentira y el pecado son un solo, y son completamente inalterables.
Se levantó el sombrero y una nariz algo extraña asomó bajo un flequillo completamente desprolijo.

Bien podría decir que estaba asustado. Pero es más acertado afirmar que entendía perfectamente lo que sucedía, y que no me agradaba demasiado. Mire hacia ambas esquinas, e intenté formular palabra. Nada.

-Siempre con la misma necesidad de comprobar las reglas, ¿no es verdad? Créame; si yo mismo ahora y aquí le estoy diciendo que en este lugar la realidad es inalterable, se imaginará que es imposible que no lo sea.

Me sinceré conmigo mismo y traté de terminar de comprender la situación. Respiré.

-Entiendo -y realmente debía estar haciéndolo, sino nada hubiera salido de mis labios-. Algo de todo esto tiene que ver con mi decisión, ¿verdad?
-Me regocija no repetir explicaciones -dijo, quizás satisfecho-. Ya sabe lo que le falta. Usted cumplió. Es hora que ponga el precio de lo que le corresponde.

En las esquinas reinaba el silencio. Desde mi lugar parecían exactamente iguales, de no ser por el buzón que brillaba incandescente en la oscuridad en una de ellas. El hombre hizo unos pasos atrás alejándose de mí, con su sombrero negro nuevamente dando sombra a su rostro. Un anillo de plata brillaba en su meñique izquierdo, o quizás derecho.
Miré hacia arriba y no encontré cielo alguno. Es decir: el cielo estaba ahí, pero no lograba verlo. Se escapaba a mi sentidos. Éramos sólo el hombre, las esquinas y yo. Y la pared en la que me apoyaba, claro. Tanta era mi conciencia sobre la importancia de mis próximas palabras, que realmente no hubo lugar para la duda. Apoyé ambos pies en el suelo y me separé de la pared, acercándome más o menos un metro al hombre. Nuevamente, sonrió.

-Si supiera cuántos pasaron su eternidad dando el paso adelante que usted acaba de dar, saldría corriendo -adivinó mis intenciones y me clavó la mirada de lince en los ojos-. Recuerde que la verdad es una sola. No intente mentir, porque acabaría pecando. Y si mal no recuerda, todo es lo mismo aquí. Pero la determinación de sus ojos me da la pauta de que en este momento, mentir sería una verdadero pecado.

-¿Me permite? -pronuncié, cortante, lascivo- Ya sé cuál es mi precio.
-Creo que siempre lo supo.
Su omniscencia realmente me irritaba.
-Hable nomás -sentenció-.

-Busco sus ojos. Busco la perfecta y completa noción del contenido de sus ojos fríos, porque sé que dentro de ellos en realidad el calor es incandescente; busco el ángulo exacto de sus hombros para entender por qué se alejan tanto. Quiero descifrar qué es lo que en sus ojos oscuros como la noche y puros como el oro me pierde sin darme noticia; quiero descifrar su expresión de la manera necesaria para aprender a interpretarla. Busco entender el color de sus estrellas y el tamaño de su ser entero. A ver si me entiende; busco el prisma necesario para descomponer sus colores de la manera correcta.

Las esquinas se iluminaron suave y tenuemente, y el buzón empezó a titilar hasta morir en la oscuridad, mientras que las rejas consumieron su color bajo el brillo de las sombras. El frío se había ido, y algunas nubes de gris espeso amenazaban con tronar. El hombre golpeó el maltratado piso de adoquín sobre el que estábamos. Una gota gris me llovió sobre una mejilla, y él se sacó el sombrero. Su frente llevaba adornos.
Sacó un ramo de flores de su capa.

-Tome. En el ramo hay doce flores, todas de colores distintos que usted no sabría distinguir. De esas doce flores, hay nueve que no poseen espinas. De esas nueve, hay cinco que durarían frescas un romance entero. Entre esas cinco, hay tres tuyo perfume enamoraría a las medusas, y de esas tres hay una, sólo una, que jamás se marchitará y que será azul cuando ella aparezca. Una flor inmortal. Sólo ésa le será útil. El éxito de esa flor significará la muerte de las demás.
-¿A qué se refiere? -pregunté, exaltado-
-Usted debe permanecer aquí, con el ramo entre sus manos. Un día, su espera terminará. La persona que nunca vendrá se hará presente; para reconocerla, tendrá ella una flor. Una flor que se marchitará ni bien sus ojos lo encuentren.

Mis rostro debió mostrar algún desasosiego, porque su voz sonó a reprimenda.

-Oiga. Es el precio que usted puso, y es el precio que nosotros pagamos. Usted tenía el universo para elegir; pobre de usted si eligió una estrella.
-Para nada. Sé lo que hice y, como desde el principio, no me arrepiento. Entienda mi falta de costumbre, nada más.

De pronto, un rumor de pasos y un perfume de verano cortaron el diálogo. Sólo una flor azul había en mi ramo. Desde el buzón azul, Ella llegaba lentamente.

Quedé confundido. Busqué al hombre con los ojos; conocía a esa mujer. Y creo que ella me conocía a mí. Algo no estaba bien.
Entonces, en mi desesperación, entendí: en ese lugar, lo verdadero era el pecado de la mentira.
-¡Usted...! ¡Devuélvame mi alma!

No atiné a terminar la frase. El hombre, cerrándose el saco, acomodándose el sombrero y enfilando para las rejas rojas, rió con soberbia una vez más y dándome la espalda, me dijo:

-¿Qué? ¿O me va a decir que pensó que a usted no lo esperaba nadie?

Saturday, February 17, 2007

Renuncia

Recuerdo la última vez que lo ví. Yo estaba recostado en una esquina, el cielo estaba nublado y la luna y un ejército de estellas llevaban al sol a abdicar. Había una mujer en la parada, o quizás era un hombre. Volví de la nada cuando el aleteo me sacó de la somnolencia. A mi lado, apoyado contra la misma pared, pretendía pasar desapercibido. Lejos estaba de lograrlo. El pelo despeinado, largo hasta la nuca y oscuro como la noche. Sus ropas estaban entre opacas y sucias, con un tono que no llegaba al negro. Era bastante menos. Una sombra de plumas apareció junto a mis pies luego que el me mirara, cuando me llamó la atención con un chiflido agudo. Lo miré. Tenía una mueca de desolación; pocas veces la expresiones dicen tanto. Sus ojos de castaño oscuro escondían algo que no pude entender, pero que me entristeció automáticamente. Tenía las manos sucias; algo de dice que aún no se las lavó.
Se sacudió el ropaje para sacar un poco del polvo que lo cubría. Parecía estar cansado, pero sus ojos mostraban determinación. Luego de unos minutos en los que la luna y su imperio azul cruzaron el cielo, me miró. No parecía muy seguro de lo que hablaba.

-Así que seguimos en la misma, ¿eh?
Su pregunta me tomó por sorpresa. Vacilé.
-Disculpe, pero no sé de que está hablando. -Ni siquiera yo lo creí.-
Se apoyó en el barandal que estaba enfrente mío y se abrió el saco.
-Claro. No tenés idea, ¿no? De pronto la memoria te engaña. La memoria, o quizás otra cosa.
-O quizás no -salí rápido al cruce-. Quizás usted habla más de lo que sabe.
-Eso lo sabés vos mejor que yo -respondió, ahora determinante- No soy yo el que vale pocas migajas. Porque si no me equivoco, ese es el precio que cerraste.
Tragué saliva, mirando al horizonte de asfalto, impaciente por la carroza pública. Intenté darle la espalda.
-Ni se te ocurra.
Su expresión, ahora, fría y cortante.
-Sabés perfectamente de lo que hablo... creo que por eso entendés mi presencia.

El aire se heló y la temperatura bajó bruscamente. De pronto, me sentía más solo que nunca.

-El silencio es enemigo de los inocentes -sentenció-. No creas que está todo perdido. Nada se cierra hasta el último segundo.
-Los inocentes descreen del silencio -repliqué- quizás por eso es no pronuncio palabra.
Caminó algunos pasos por el cordón de la vereda, con las manos sucias en la espalda.
-Y digamos que los culpables nunca usan el silencio, así que estamos en medio de un juego de palabras bastante insulso. No juegue conmigo, se lo pido amablemente. -Su tono, ahora formal y calmo, me taladraba el cerebro.
-¿Y si directamente me dice lo que está buscando y le muestro el camino de vuelta? -Lo enfrenté, algo molesto pero más nervioso.

Sus ojos se hicieron hielo.

-No me trate como ellos, que soy completamente distinto y usted lo sabe. Usted me traicionó. Usted desconfió de mí y luego me abandonó para siempre, porque sabe que no hay retorno del lugar al que fue. Usted me transformó en lo que soy.
-¿Me vas a decir que estabas cómodo con esa túnica blanca?
Me cortó la frase.
-Eso es cosa mía. Yo respondía a algo, y eso me fue arrebatado. Míreme ahora. ¿Qué soy? ¿Qué es esto? ¿Es blanco, es negro? Entiendo que tardó en reconocerme, pero sabía perfectamente quien soy. De qué se trata todo esto. Lo poco que usted quería, ese pequeño capricho porque el pagó semejante precio me dejó recogiendo monedas del suelo. Sea hombre y hágase cargo.
-Me temo que eso ya va a ser imposible -retruqué.
-¿No es capaz de hacerse cargo?
-No me refería justamente a eso.
Junto al frío, el viento empezó a llevarse las hojas, y la oscuridad brillaba alrededor.

Me encaró, con un melancólico tono en la voz. De pronto, parecía despedirse para siempre.
-¿Está seguro de lo que dice? Sabe perfectamene a qué me debo. Más allá de sus decisiones, mi deber son sus espaldas. Mi desgastada túnica no me degrada y mis pesadas alas desplumadas no me impiden volar. -Sus manos imploraban misericordia, y sus ojos esperaban algo que sabían que no iba a suceder.
-No es posible la marcha atrás, y bien lo sabe. Usted mismo me lo dijo, y el que está en el Negocio es usted. Yo debo atenerme a las consecuencias. -La nota irreversible de mi voz me sorprendió hasta a mí mismo.
-Bien. Hasta aquí será, entonces. Le agradezco este tiempo a su lado y ha sido un honor. Que los sueños que vengan sean mejores que los que le traje.
-Nunca van a ser tan coloridos. Adiós. -Me miró unos segundos más y se empezó a alejar, quizás caminando, dejando sus ropas, ni blancas ni negras, sobre la ahora gigante sombra de plumas. Se dió vuelta una última vez.
-Disculpe jefe, pero hace un buen tiempo que está en este mismo lugar, y no creo entender bien el por qué. ¿Qué hace todavía aquí?
-Espero a alguien que nunca vendrá.
-Me parece perfecto. Pero tómese su tiempo, hace rato que espera...
-No te preocupes. Cada vez falta menos.

Monday, February 12, 2007

Último recurso

-Buenas tardes.
-Buenas noches, diría.
-Cierto. ¿En qué puedo ayudarlo?
-Creo que bien lo sabe. No son muchas las cosas que se pueden hacer aquí.
-Cierto de nuevo... pero usted entenderá, cortesía pura.
-¿Cortesía...? ¿Justamente aquí se toman la molestia de ser corteses?
-Irónico, ¿no? pero bueno... son las reglas de la Gerencia.
-Está bien, no me incumbe... vengo por lo mismo.
-Entiendo... a ver, deme su nomb... Momento; yo a usted lo recuerdo. Sé quién es... Por lo que más quiera, ¡¿Qué hace usted todavía por aquí!?
-Ya me extrañaba que no me reconociera...
-¿Y se puede saber que pretende otra vez por aquí? Ya sabe que no es mucho más lo que se puede hacer por usted.
-Sí, lo se... Quizás es por eso que, de vuelta, me encuentra parado frente a usted en este mismo escritorio.
-O quizás no, ¿no cierto?
-Veo que su sagacidad permanece intacta... Pero no, no vine a lo mismo de siempre. Mis interminables pasos por este lugar me hicieron dar cuenta que dependo de mi mismo, por lo que voy muerto. Así que vengo a acercar yo a ustedes una última oferta antes de retirarme para siempre.
-Ya veo... ¿Y por qué razón, si se puede saber, podría alguien en este lugar estar mínimamente interesado en lo que usted, que no es de lo más valioso que hay por aquí, pueda ofrecer?
-Conserva su vanidad, como veo también. Verá; llega determinado momento en el cual son pocas las cosas que quedan en uno. Llega un punto en el cual todo queda tan atrás que pareciera que pasó por encima. Sabiéndome a mi mismo como única opción para evitarlos, y conociendo la lejana posibilidad de que tenga éxito, vengo directamente y de frente yo mismo hacia ustedes. Así como me conozco a mí mismo, los conozco a ustedes. Sé qué es lo que siempre quisieron y sé qué es lo que voy a tener a dejar atrás si quiero salir de una maldita vez de aquí.

Al hombre del escritorio le brillaron los ojos.

-Siga, por favor...
-Creo que no hay nada más para decir que usted ignore. Estamos grandes, sabemos de lo que hablamos. Estoy en el piso, le pido que tenga la decencia de no seguir pateándome.
-¿Usted diciendo que estamos grandes? Ja... creo que sabe perfectamene que el que está grande aquí no es nadie más que usted. El que se dejó comer por las agujas fue usted, mi estimado. Así que comparto su sentimiento, pero recomiendo aplazar el tono amenanzante para otros momentos, porque creo que nadie está en peores condiciones que usted para intentar amenazar.
-Sepa disculparme. Mi situación en actual no es de las más adecuadas. Me es difícil pensar que no tengo otra salida más que ésta, por lo cual me es bastante duro el aceptarlo. Debo confesarle que bien me aterra la posibilidad que ignoren lo que ofrezco.
-Le pido por favor que no me tome por inocente... sabe que si algo falta por aquí, es inocencia. Sabe perfectamente que lo que usted ofrece es bienvenido y reconocido como un triunfo para nosotros.
-Lo sé y por eso me evalúo a mí mismo una y otra vez antes de hacerlo... pero como le he dicho, alternativa ninguna me ha quedado luego de mis desempeños. Tristes, por cierto.
-Y todos a cuenta pura y exclusiva suya.
-No necesito que me lo recuerde.

Ambos inhalaron y exhalaron profundo.

-Muy bien... ¿está preparado?
-Creo que siempre lo estuve.
-Bien... tome. No se queme con la punta.
-¿Le parece que esta altura eso sería un problema?
-Cierto es... mi error. Sepa disculpar.
-Alcánceme los...
-... aquí los tiene. Aquí, aquí y aquí.
-Bien.. bien..
-Para ser sinceros, nunca creí que lo vería haciendo esto. No a usted.
-Y usted diciendo que es inocencia es lo que falta por aquí... ya está.
-Perfecto. Ahí, lo que es para nosotros... y aquí, lo que es para usted. Tómese su tiempo.
-Hombre, ust...
-Nada de hombre. Cuide su vocabulario que nada de esto es mi culpa.
-Si yo estoy haciendo esto es porque ustedes ya saben qué busco, así que no pienso tomarme la molestia.
-Veo que va a ser complicado para usted... pero tenemos todo lo que queremos. Y usted, con el tiempo, también lo tendrá.
-Lástima que éste sea el precio.
-Lástima que usted no haya sabido evitarlo.
-Bien... basta de preámbulos, que ya de por sí es difícil. Será hasta otro momento.
-Hasta otro momento... su compañía ha sido hasta agradable.
-Igualmente. Adiós.
-Adiós. Siga al muchacho de rojo, por favor. Muchas gracias.

Friday, February 09, 2007

Oasis


Who kicked a hole in the sky,

Las manos cerradas en los bolsillos arrugados eran sólo una las tantas lágrimas que sentía en el alma. Sollozaba de una manera casi trágica, con la amargura de quien sabe que volvió a perder. Se caía el cielo a pedazos sobre los restos de clavel que morían pasos atrás, cerca del cuerpo de una esperanza que, quizá, nunca estuvo ahí. Todavía llovía bajo los pies y bajo sus ojos que, cerrados, traían a pensar que no querían volver a ver; que quizá ya no hubiera nada para ver.

so the heavens would cry over me?

Que todo había empezado pero que, quizá, pudiera no terminar. O que, quizá, terminó. Los hombros encogidos encendían certezas de un tristeza reprimida bajo el buzo empapado de un hombre atónito. Del regreso de un recuerdo que seguía vivo en un pasado que, quizá, acababa de morir. O quería hacerlo. Más de una vez tragó saliva junto con odios hirientes para que palabras sueltas no la golpearan; supo recibir golpes en ambas mejillas para que las de ella estuvieran siempre vírgenes de castigo. No iba a ser él quien ahora forzara más lo que, quizá, antes no era forzado.

I hope the weather is calm as you sail up your heavenly stream

La última gota que cayó en su nariz, víctima de una distracción, lo volvió a traer al mundo e hizo que comprendiera que, quizá, no había terminado. Que no quería verla llorar, pero era posible que no fuera a hacerlo. Dudó un segundo. Uno solo. Quizá, el frío que sintió en ese segundo infinito en el que estuvo parado esperando que el el pánico pasara de largo fue suficiente para reanimarlo. Empezó a correr hacia los claveles con la desesperación propia de los que no creen en el margen de error; el colectivo no había llegado y la decisión que ella juró firme no parecía, al menos de lejos y con golpeadas esperanzas nuevas, tan certeras como antes. Se detuvo en la esquina contraria, sin cruzar la calle; el temor disfrazado de asfalto marcaba el límite entre el pasado reciente y el futuro incierto. Un límite que el agua parecía llevarse consigo cada vez más rápido... la miró una vez más, miró el rostro que las palmas de sus manos empapadas escondían y adivinó que no era la lluvia quien se llevó el seco de sus dedos. Si mirar atravesó una calle increíblemente solitaria de almas, ya que era imposible probar que quienes pasaban entre ellos tuvieran una. Ella lo vio, delante, presente; la esmeralda pasó a aguamarina bajo sus pestañas y sus brazos cayeron cuando quisieron empujarlo. Las nubes de grises viejos adornaron lo que las frías baldosas hechas agua vieron de cerca. Ella luchaba por no dejar recaer su cabeza vencida en su pecho. Él, ya sin pensar, sólo la abrazó como nunca.

Come on baby blue, shake up your tired eyes

Mil frases pasaron por su cabeza y delante de sus ojos sólo estaba el perfume de él, mezclado con la hojas frescas que arrastran en sí las gotas de lluvia. No sentía ya los brazos, cansados, pero no quería dejarse en manos que no fueran las suyas. Siempre pensó que el había mirado hacia atrás con odio, que había olvidado cómo empezó todo más allá que no estuviera a simple vista porqué, quizá, terminó. No quería siquiera que hubiese vuelto hacia esos claveles que yacían por ella y por él. Sus manos volvían hacia él, otra vez sentía latir. La emoción era un abrazo en ella. Él seguía inmóvil, ahora con una seguridad digna de quien sabe lo que hizo. Sólo la abrazaba, sólo dejaba que la ahora suave y fina llovizna la celara; sólo le mostraba lo cerca que estaban.

Keep on claping; just remember I'll be by your side,

El pánico volvió esta vez a ella. Levantó la vista y entendió que, quizá, no era tan fácil. Él la miró a los labios, llenó sus manos de su rostro... secó sus ojos. Ella de vuelta lo miró, amenazando con lágrimas sus expectativas. No era claro por qué razón ella estaba terminando lo que no había quedado atrás; él se encargaba seguido de no dejar que la duda sembrara discordia entre los dos. Ella sabía que no podía dejarlo atrás como a un recuerdo difuso. Ninguno de los dos podía explicar todavía porque los pétalos del clavel estaban teñidos de adoquín. Él abrió los brazos para dejarla pensar por ella y ella volvió a pensar que algo no estaba bien. Que difícilmente las cosas llegaran a ella en forma de abrazo, que alguien desafíe la posibilidad de caer por tomarla de la mano. Que él pudiera volver sobre sus llovidas huellas sólo por que su nombre amaneció en su cabeza.

but if you don't let go it's gonna pass you by.

Él temió. Por un segundo, tan helado como el anterior, oyó a la incertidumbre susurrar en su oído. La miró como quien sabe que el Diablo aún no se fue. Amagó una palabra que nunca pasó de intención y abrió sus manos, que ya no la rodeaban con tanta seguridad. Vio como vacilaba y finalmente entendió que no podía hacer nada. Estaba inmóvil. Y frente a él se libraba una guerra cruda, fría como la tormenta que azotaba esa esquina. Ella quería soltarlo, pero palpaba el buzo que él llevaba, empapado, y se vio a si misma con la cara libre de lluvia alguna. Lo miró una vez más para presentir su llanto. Él estaba otra vez en el borde, y esta vez sí iba a quebrarse. Y ella no quería, no volvería a verlo llorar, no por ella, que no valía lo suficiente, que no tenía nada para ofrecerle... que se convencía que no podía ver el sol en sus ojos, tal como él decía. Que no se encontraba con estrellas en sus mejillas. Él sentía su alma cayendo cada vez más en silencio, en una soledad sepulcral.

Who stole a sun from the sun in a world come undone?

“No”, pensó ella. No de vuelta, no otra vez por ella. Él seguía sin respuesta, con la seguridad de quien conocía los riesgos y se les enfrentó igual. Sus rodillas temblaban y su mandíbula llevaba adelante esfuerzos imposibles para ahogar un llanto más. No otro, no delante de ella. El cabello empapado y las gotas cayendo hasta sus narices, escondiendo las lágrimas. Disimulando la realidad. Ella seguía debatiendo a velocidad luz; no podía quedar así. Pasó y repasó ideas, conceptos y sentimientos en su mente, ordenó y desordenó todas las imágenes que entraban por sus retinas; analizó con el corazón y sintió con la cabeza. Hasta que tuvo que pasar para que entendiera. Hasta que entiendo la situación y volvió a reconocerse a sí misma y a quien enfrentaba. Hasta que lo escuchó sollozar bajito, muy bajito dentro de la capucha, con los ojos cerrados y la cabeza gacha. Hasta que entendió todo lo que pasó dentro de él en esos momentos y hasta que lo vió con los ojos limpios de lluvia. Hasta que, sin pensar un segundo, lo abrazó como nunca y dejó que por fin su mirada atónita llenara de sol sus ojos.

Let there be love .