Wednesday, October 29, 2008

En el silencio

-¡Yo soy dueño!
-No estoy tan seguro.

La procesión, como siempre, ardía por dentro. Con los ojos clavados contra el blanco de la pared, permanecía en una rigidez silenciosa y al borde de la explosión. Por dentro, como siempre. La imagen era casi inmaculada. Etérea, incluso. Esa mirada perdida, disuelta en la comodidad de las paredes, desnudaba pupilas explosivas. Pero nada, nada inmutaba a la rigidez infinita en la que estaba sumido. Sus brazos, también de piedra, abrazaban su torso inamovibles, lejos de estorbar su tétrica calma. Incluso la expresión del rostro lucía bastante calma; entre ida y muerta. La sangre inyectada en los ojos era lo único que daba indicios de vida. La ira contenida en los ojos casi se proyectaba sobre el blanco de esas paredes. En el silencio, en medio de la sala blanca, dentro de la rigidez, encerrado en lo más profundo de su nada, se daba, sangrienta, la procesión.

-Yo soy dueño. Esto me pertenece. Esto es mío. Yo reino, nadie más.
Una voz llenaba la oscuridad.
-No estoy tan seguro. ¿Estás seguro? Pensalo de vuelta. Mirá. Levanta la cabeza... Bah, si podés.
Se percibió una risa inexistente. La desesperación en carne se hizo presente.
-Es mío. Soy yo, todo lo que pasa tiene que pasar por mí primero. ¡Afuera!
Gritaba, saltaba, golpeaba las paredes, los límites, empujaba y se retorcía en el suelo. La voz parecía hacer caso omiso.
-Por supuesto. Todo es tuyo. El control está en tus manos. Use el esa libertad cuando quiera.
-¡No, por que estás ahí, susurrando, clavándote en el fondo de mi mente! ¡Siempre, nunca, a veces, todo el día! ¡A todas horas, en cualquier momento y todos! No desaparecés nunca... no tengo un segundo de silencio en la cabeza, mis ojos nunca dejan de moverse... la paz ya no me reconoce. ¡Gritos, gritos y golpes, lágrimas, miedo palabras escupidas, y seguís ahí! ¡Atormentándome!La voz silenció. Dejó que el grito de odio saliera hasta el cansancio.
-¿Cómo, no era suyo todo esto? Si usted lo dice. Debe ser tuyo, si insistís tanto. Admito que quizás pico un poco en la nuca. Pero no sé por qué el ataque.
-Sos un puñal en el cerebro, una astilla en medio de los ojos... -cerraba los puños mirando en todas direcciones a su alrededor, lagrimeando desesperado, jadeando sin consuelo- sos un tic constante, una mala costumbre, un ladrillo más... en el peor lugar. Yo soy dueño, el poder es mío. Está en mis manos, es mía, ¡¿Dónde estás?!

Guiñó un ojo y revoleó violentamente la cabeza. Casi cae de la silla, pero su cuerpo seguía lo suficientemente rígido.

-Dá la cara. Sé hombre.
Una sombra tomó forma. Desde los pies hasta los hombros, asomó la boca justo antes que la nariz y los ojos vieron la luz. La voz era exactamente igual a él. De cuerpo entero. Tenía los ojos negros, negros como el odio.
-Mirá quién habla de ser hombre. Mocoso.
Se miró, y de pronto tenía no más de 8 años. Su figura disminuída, la cara de infante y sus rasgos a esa edad aparecían frente a la voz, ahora con rostro.
-Acá estoy. ¿Qué ibas a hacer? Realmente quiero ver que ibas a hacer. Defendete. ¿Qué esperás? ¿Esperás algo? ¿Esperás reaccionar? Quisiera verte reaccionando. Pero no... siempre inmóvil, el nene.
Duro, totalmente inmóvil, sin moverse, no podía sacarle los ojos de encima. No podía apartar la mirada de aversión, una aversión temerosa, de sus ojos negros. Cada vez más negros.
-Me pareció.
Dijo, y se disolvió en una sombra de vuelta.

Un hilo de saliva asomó de la comisura de sus labios. Apenas movió los labios para secarla, con los brazos inmóviles todavía y los ojos en las paredes.

-¿Qué pasó? ¿Que hiciste?
Habló con un temblor inédito en la voz. Un miedo como el que pocas veces sufrió. Respondió la voz.
-Nada. Sólo te mostré lo que pasa cuando muestro la cara, como pediste. ¿Que hiciste? Nada. Y sabía que nada ibas a hacer. Pero todo esto es tuyo, te pertenece, como decías.
-Es mío... sabés que es así. -Tembloroso, todavía en en estado de shock, apenas podía mascullar las palabras
-Perfecto. Tomá el control, si es tuyo. Hasta entonces -una sombra lo rodea tres veces y se posa en su nuca suavemente. Clava el suspiro sobre el lóbulo-, nos vemos.

Aflojó el cuerpo y la rigidez empezó a desaparecer de a poco. Los ojos ahora brillaban de cansancio, húmedos como las mejillas. La cabeza cayó hacia adelante sin resistencia, al ritmo de una respiración agitada. Volvió a abrir los ojos y respiró profundo, todo con tiempo. Lentamente. Sacudió la cabeza unas cuantas veces y volvió a clavar los ojos en el blanco de las paredes, sabiendo que al dia siguiente, la procesión iría por dentro una vez más.

Thursday, May 15, 2008

El zaguero que fue a menos

Lo encaró el centreforward, la llevó para acá y para allá, dibujó una gambeta y al tipo no le quedó otra que salirle. Y ahí, el zaguero dudó.

Pasa que pocas veces se juega una final. Son pocos los que quedan a tan pocos pasos de saborear la ambrosía de la victora, la inmortalidad que otorga la gloria y el peso del oro en el cuello, o la amargura de la derrota, que regala vergüenza y olvido eterno a quien tristemente termine encontrándola. Pasa que el tipo era así, un todo a o nada. Por algo era zaguero; le gustaba la idea de ser el último guardián del abismo. Le gustaba jugar a saber que él era el único que no podía retroceder nunca, rendirse jamás. Equivocarse, ni en sueños. Ése era el problema; era un todo o nada. Se crió entre Copas del Mundo y cracks inapelables. Le decían que si Pelé o Maradona, y él, con el alma celeste y el corazón blanco, decía que fútbol. Era uno de esos que –por suerte- no encontrabran el chiste de picar un caucho naranja o pegarle a pegarle a una bolita con una palito. Él creía, como muchos de nosotros, que el de los pies es el juego perfecto. Sostenía que Dios era de Racing porque el Diablo había nacido del lado equivocado de Avellaneda. Era… era un apasionado; sufría con cada patada animal e infrahumana de esas que los infames Destructores del Arte, Ares del deporte que escaparon de los agujeros más profundos del limbo, suelen aplicar a diario la musa de gajos, esa que es negra como la incertidumbre y blanca como la pureza y que lleva adelante los embistes de los más nobles Inspiradores del Juego. Sabía deleitarse ante un caño oportuno o una rabona imposible y clamaba venganza ante cada 10 ajusticiado sin fe por detrás. Escuchaba a la pelota gritar de felicidad cada vez que se amaba con la red; se le desgarraban los oídos con el metálico sonido de un larguero que chocaba con ella por estar donde no debía… la veía brillar radiante de orgullo bajo la suela de algún serafín en cortos de los que sobran en nuestro suelo.

Pero el destino, tan viejo como imprevisible, quiso que fuera central. Zaguero central. Él, justo él, que vivió la fuga de Diego hacia el arco británico en tierra azteca como el nacimiento de un nuevo mesías. Él, que en el momento cumbre de carrera, veía sonriendo como nunca a su amor imposible mientras se acercaba en pie enemigo. Pensando quizás justamente en ese momento, el destino decidió que él fuera zaguero central, y que Ella lo enfrentara más radiante que nunca. Se enfrentaba a un artista genial y al amor de su vida en carrera a la gloria eterna, todo al mismo tiempo, en lo que tenía todas las fichas de terminar siendo un crimen de lesa deportividad con él como traidor a la causa. Fue entonces cuando se dio cuenta que no podía hacerlo. Sencillamente, no le podía hacer eso; no a ella, no al fútbol.

Lo encaró el centreforward, el legendario Joao, La Pantera Joao, un negro con cintura de garota y mil batallas encima, que había recogido el rebote en su propio área tras un corner mal pateado y acababa de limpiar a cuatro tipos a puro enganche, gambeta y good show. Dibujó Da Vinci y entonó Gardel en su camino, engañó a mediocampistas como piratas a mercaderes. Iba reinventando la belleza a su paso, con movimientos geniales que se transformaban en lágrimas de un relator de la radio local –o quizás visitante- que ya modelaba el potencial gol como lo mejor que dejó el fútbol en su historia (Aunque sabemos cómo trabaja el exitismo en la mente de un periodista del deporte).
La cosa es que, parado sobre el punto del penal, el zaguero enamorado la sentía reir como nunca. Y eso que la vio reir más de una vez. Incluso él mismo dibujaba el gol en su cabeza, el cual de sólo concebir mentalmente ya causaba arrojarse sobre el rival en un festejo alocado y único. Pero no, no podía; pocas veces se juega una final, no sabía si iba a volver a estar tan cerca de la gloria. Quedaban poco más de seis –o quizás siete- minutos, y la temprana expulsión del back izquierdo, a manos de un referee tan socarrón como localista, hacían del empate una hazaña difícil de sostener. El negro lo había bailado al cuatro a puro caño y enfilaba hacia él, bandera en alto. Ya se imaginaba la vuelta olímpica, la corona en la cabeza y el boleto al Olimpo, en lo que era un retiro perfecto. Al zaguero sólo se le cruzaba por la cabeza la imagen fantástica de ese gol inmaculado, la expresión del fútbol en su estado más puro.
El centreforward pisó el área; era ahora o nunca. Él no compraba la gambeta, no: la decisión era suya. Barrer, cortar y salir jugando como un caudillo, o rendirse por el bien del octavo arte y guardarse un eventual hachazo. La procesión, ruidosa y revolucionaria, iba bien por dentro: ¡El corazón delator no hubiera podido gritar más fuerte! La voz de su musa, blanca como el alma de los enamorados y negra como la traición inesperada, gritaba como nunca, rogándole con los ojos –porque el tipo juró que tenía ojos- algo de clemencia, pidiéndole permiso para entrar en la historia, que engañara al deber con el placer. Y él… él otra cosa no podía hacer. Al fin y al cabo, jugaba al fútbol desde pibe y lo quería desde que tenía memoria, como a mamá. Él mismo se reconoció que gritar un gol así hubiese sido el mejor de los orgasmos. El amor o la gloria… cuántos habrán sucumbido eligiendo.

Joao encaró, como nunca, con la seguridad de quien han visto la victoria de cerca; el zaguero le salió corriendo, duro, certero, con la resignación de quien va a comenter un crimen horrible y lo sabe. El centreforward la llevó de pie a pie con certera destreza y ensayó la gambeta hasta quedar de cara al él; y él, el zaguero enamorado, vástago del balompié, sonrió por dentro y sin dudarlo, se pisó los cordones del botín izquierdo para caer lentamente de boca al césped, en la más grande y tácita declaración de amor jamás habida, al mismo tiempo que Joao salía disparado en un grito de mil voces hacia la inmortalidad que ofrece la gloria.


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Thursday, April 24, 2008

A las dos en lo del Gordo

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-Yo tengo cincuenta centavos. Y el resto no, porque es de mi vieja.
-Qué rata de mierda... tomá, yo pongo un peso. Roñoso. ¡Che, vengan a poner para tomar!

La Tango cuarteada se queda descansando abajo de una ventanita de chapa pintada, abollada a pleno. Se juntan los seis al lado del kiosco a juntar monedas y ver a dónde llegan con eso. Llevan tierra hasta en las medias, apestan a haber estado corriendo con 30º de térmica y las gargantas no les aguantan más el seco. Alejandro arranca a las puteadas.

-Todos lo viernes lo mismo. Venimos hasta acá, nos cagamos de calor tres horas y encima ninguno tiene un peso encima. Estoy harto de esa Robot Cola de mierda. Yo, otra vez cola, no tomo.
-¡No, compremos esa pomelo de dos litros de vuelta, que sale la mitad, y que es una mierda! Boludo, media botella de eso termina en la vereda. No jodas. –Fede, aportando, se ata los cordones a un costado.
Mientras, Edu está en otra, boludeando con pelota. Ale se lo hace sentir.
-¡Negro, vení a poner!
-¡Yo no tengo! -se lo siente, desde la otra punta.
-Puto, semejante casa, Play y no trae veinte centavos. –Grita- ¡ROÑOSO!
-¡No me hinches las pelotas! –Contesta Edu, pragmático y educado. Ale sigue con la colecta; entre los seis no hacen tres pesos. Se acerca a Aníbal, que perdió las llaves y todavía no se dio cuenta.
-Ani, ¿Qué tenés?
-Aguantá… -Aníbal se saca el Puma azul y amarillo derecho, lo sacude sobre su mano izquierda, y sólo cae un poco de pasto y una piedra- Puta que te parió, con razón me dolía… No sé, tenía un par de monedas acá, pero no están…
-¿En el botín te las guardas, pelotudo? Se te cayeron… Venís a jugar al fútbol, ¿y en las medias te guardás la guita, chabón? No te da un carajo la cabeza.
-¡Puta que te parió, las llaves! -grita, se agarra la cabeza y amaga a disparar para el parque- Andá saber dónde cayeron…
-Te pasa por boludo. Fede, ¿tenés?
Fede se seca la cara con la de Francia del 98, la del mundial. Lo mira.
-Te acabo de dar ochenta centavos, no me jodas.
-Dale boludo, tenés en la mano como cuarenta más.
Ale le relojea la mano, y las monedas brillan entre los dedos.
-¡Te di ochenta centavos, boludo! Rompele las bolas al judío éste para que saque una él de la casa.

A unos metros, ya eran tres los que se habían abierto de la colecta, y pateaban por turnos la Tango contra la chapa. Andrés, acomodándose para entrarle y haciendose el boludo, alargó el comentario hacia quien correspondía.

-Posta, eh… no te cuesta nada bajar un botellita de casa.
Tomó carrera y le pegó; metro y medio lejos.
-¡Uh, loco, siempre lo mismo! –Mario lo miró para el culo- No puedo, las Cocas no son mías: no las puedo sacar de ahí… Y en vez de romperme las pelotas con eso, calentate en no tirarla a la mierda.
-¿Eh, pará, te vino…? ¡Poné para comprar algo si no vas a afanarte una Coca de tu casa al menos! Y andá a meterla de ahí, gil.

El pelotazo de Andrés pegó en el borde la ventana de al lado de la chapa, salió para la calle y cayó cerca del cordón, casi perpendicular a la chapa. Por la esquina, desde el parque, llegaba Aníbal a las puteadas porque no sabía como iba a hacer para entrar a su casa.

-Comé, puto –Mario la miró, tomó carrera, calculó distancia y le pegó con comba desde el cordón. La pelota, con altura, ni tocó la pared del edificio. Pegó en la pared de al lado y salió para donde estaba él, frenándose con un tronco que había suelto en el suelo. Edu se levantó y la fue a buscar.
-Negro culo roto, mirá dónde te quedó…
Edu le guiñó el ojo y le levantó el pulgar desde la loma de cemento en la que estaba sentado.
-Gracias, papá; vení, aprendé cómo se hace.
Carrera corta, las piernas largas acomodadas atrás de la pelota, la Topper suplente blanca del Rojo sucia de tierra, y Edu que calza la Tango desinflada con toda la cara interna del botín derecho para que el chanfle sea exacto, y el destino, infalible. Ruido de metal, y la va a buscar para pegarle de vuelta.
-¡Así se le pega, papá!

Fede se acerca con Ale y una Enter Cola a los demás. Edu caza el balón con la zurda, y el chapazo suena otra vez. Alrededor de la botella, todos empiezan a gritar apurados el orden en el que pretenden tomar, mientras Andrés sale corriendo, arranca la botella de los brazos de Ale, vuela la tapita y empieza a tomar desesperado.
-¡Gordo, la puta que te parió, pará! ¡Dije pri!
-Qué gordo de mierda. –Aníbal ignora la gaseosa y encara para la pelota- Yo eso no me lo tomo; parece petróleo.
-Tiene gusto a mierda, así que petróleo no es –dice divertido Andrés, una vez que pueden sacarle la botella.
-Pasá, que tengo un pollo en la garganta que no me pasa –Fede la agarra.
-Los barquitos del final te los tomás vos, eh.
-Ni en pedo –traga- yo tomo para pasar el garzo nomás. Che, ¿cuándo me toca pegarle?
-Eh… Dá, pegale vos. –Aníbal, perfilado para tirarla al carajo, se corre y lo deja. Fede la mira, se acomoda el flequillo semi rubio, le entra de puntín y hunde la chapa.
-¡Ahí tenés amigo, no le pego másss! –Canta, con un gesto de satisfacción. El rebote salió para atrás y a Aníbal le toca pegarle casi desde el toldo del kiosco. Se acomoda como puede, y rel tiro apenas pega en el borde del marco de la chapa y deja la pelota muerta abajo.
-Yo voy –dice Ale, que corriendo se acerca al grito “¡El Betoooo!” y la tira dos metros para arriba, casi colgándola.
-¡Dale chabón, cuélguenme ésta como hicieron con la Tricolor, que no sé ni dónde está! –Andrés corre a buscarla antes que caiga al piso y Ale se la tire lejos a propósito, por llorón.

Una vez que Andrés embargó la pelota, la tarde quedó terminada. Arrancaron para el lado de iglesia, yéndose del parque cuando el sol empezaba a caer. Aníbal puteando porque no encontró las llaves, Edu y Fede jodiendo a Mario por los litros de gaseosa que tenía secuestradas en la casa, Ale pateando la pelota una cuadra para adelante, y Andrés corriéndola de atrás a las puteadas. Se fueron separando; uno ahí nomás, después de la iglesia, otro por Tamborini, otro en Congreso, otro en la plaza q esta a media cuadra. Dos quedan pateando para el mismo lugar.

-¿Che, Fede, que hacés vos el año que viene?
-Industrial… ahí, cerca de casa.
-Joya… yo creo que voy a la vuelta de casa también, pero no sé –Aníbal miró para arriba. Una ráfaga de viento congeló un poco el aire.- ¿Dónde iremos a terminar?
-¿Eh? ¿Cómo terminar? –Fede lo miró raro.
-Cuando termine esto… No sé, boludo, digo si seguiremos haciendo estas cosas, o cómo será la vida, o qué. No sé, eso.
-Va a ser un quilombo, seguro… Qué se yo… muy distinto a esto no creo que sea, pero ya veo que entre que uno se pone de novio, otro arranca a laburar, otro desaparece, otro en la joda y todo eso, no sé, ya me parece que se va complicar todo más.
-Se… pero a mí me gusta esta tranquilidad. Parque, fin de semana, rascarnos un poco las pelotas y festejar goles tirándome de paloma en un charco bajo la lluvia –Fede se ríe, acordándose.
-O rompiéndole las bolas al vecino del Gordo con la pelota en la vereda, je
-Quedarnos pateando penales hasta la noche en la puerta de la casa de tu abuela…
-Callate que ya me cagó a pedos, boludo… -risas- ¡Escapándonos entre los árboles que se caen, como esa vez que esa tormeta casi nos hace mierda ahí cerca de casa!
Aníbal se ríe, los dos se acuerdan y siguen un par de cuadras más. Hace algo más de frío y ya falta poco para llegar a casa.
-Pinta que entre laburos, libros, minas y joda se va a ir acelerando todo.
-Y… debe ser lindo igual estar de novio, quedarte hasta las ocho de la mañana con un fernet o comprarte lo que querés…
-Sí, pero esta tranquilidad… amigos y futebol…
-Sí, posta… pero qué se yo. Bué, Ani, yo agarro por acá… ¿El viernes a las dos en lo del Gordo, como siempre?
-Dale… A las dos, en lo del Gordo. Como siempre.

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Sunday, March 23, 2008

La ecuación

-Abra los ojos.

El peso de las ideas era enormemente más significante que el de la voluntad. Difícilmente hubiera podido esgrimir explicación alguna, aún si su propia vida dependiera de ello.
La sucesión de imágenes, eterna, traían uno tras otro una cantidad infinita de valores que alimentaban la ecuación, pero que no parecían despejar duda alguna. Todo estaba estrictamente separado a cada lado del planteo. Todo tenía un lugar en la significación, aunque resultaba prácticamente imposible exprimir la importancia propia en individual de cada término.

-No puedo. No sé que variable pretende que encuentre aquí.
-La única variable que hay en toda la ecuación. La sola e inequívoca fracción que, descifrada, encastrará a la perfección a las demás -explicó el Profesor-. El único valor que le es útil de los centenares que tiene frente a sus ojos.

El peso de esas ideas era abrumador. Distinguir la variable era, por sobre todas las cosas, el objetivo único y final. Posiblemente, hasta la única razón de ser de la ecuación en sí.

-Recuerde -señaló, pacientemente, el Profesor-, el Resultado es igual a la suma de las potencias de su claridad y su voluntad.
-¿A cual potencia?
-A la cual usted crea necesaria -sonrió.

El Estudiante seguía sin ubicarse en la habitación. De hecho, sabía que su sola presencia ahí se debía a una necesidad mística totalmente inevitable que inapelable, que requería que quien sudara como un cerdo en ese preciso lugar, en ese preciso momento, no fuera nadie más que él. La humedad se arrastraba por entre los bordes de los azulejos de las paredes del Aula, en su paso avasallante hacia los suelos. La madera podrida y casi deshecha que tapiaba el piso apenas parecía separarlo del mismísimo Averno. Y una sola luz que colgaba desde las entrañas de un cielo raso negro y crítptico era la única posibilidad de ubicarse en su propio presente. Poco alentador, si se me permite.

Cientos de términos, paréntesis, corchetes y números Pi se sucedían frente a sus ojos. Nada parecía tener sentido; el Estudiante llegó a suponer que era una cantidad azarosa de logaritmos ubicados en la misma geografía matemática.

-No hay nada. Acá no hay nada. Conozco todas y cada de una de estas operaciones, son ridículamente conocidas. Por Dios, si hasta yo mismo hubiera podido diseñar este ejercicio -se sobresaltó el Estudiante-; ¡Pero no pretenda que encuentre equilibrio alguno entre las partes si la variable, obviamente, no es un ente calculable! ¡No hay variable alguna en esta maldita ecuación, y aún así la operación sigue sin tener sentido! ¿De qué se trata todo esto?
-De que abra los ojos -volvió a señalar el Profesor-. ¿No le resultan familiar, acaso, los términos de su ecuación?
-Por supuesto, si le acabo de decir que es como si yo los hubiera diseñado -replicó, lacónico.
-Exactamente. Usted reconoce todos esos términos, entiende a la perfección su desarrollo y dice conocer la manera precisa de calcularlos, pues son de harto conocimiento, y hasta me atrevo a decir de previa resolución por su persona. Y sin embargo, sigue sin poder calcular el Resultado... Es, cuando menos, interesante. ¿No cree?

El lápiz resbalaba entre el sudor de los dedos del Estudiante, mientras repasaba mentalmente una y otra vez esos ejercicios en todas sus formas posibles. El Profesor tenía razón; algo seguía faltando. Tenía que haber algún tipo de variable a calcular que hiciera la luz entre los números.

-Creo que es hora que hablemos -El Profesor tomó una silla y se ubicó exactamente delante de él. Tomó los anteojos que colgaban del bolsillo derecho de su bata blanca, los limpió cuidadosamente con la misma y se dispuso a hablar al Estudiante, mientras lo miraba a los ojos, con la más impávida paciencia-. Usted sabe que hay una variable. Usted sabe, también, que sin ella es imposible que resuelva la maldita incógnita que lo tiene encerrado entre estas cuatro paredes. Tampoco tiene idea de cuál es esa variable. Pero lo peor de todo es que no tiene la más mínima idea de cómo averiguarla.
-El Resultado es la suma de las potencias de la claridad y la voluntad -repitió, automaticamente, el Estudiante.

El Profesor le clavó la mirada.

-Usted no tiene idea del resultado, está mas bien lejos de la claridad y, ciertamente, sólo dispone de lo potente de su voluntad. Pero no alcanza; necesita del perfecto equilibrio de ambas partes. Mire bien; abra los ojos.
-¡Los tengo abiertos, ¿no queda claro?!
-Sí. Pero no está observando; los ojos abiertos sirven sólo para observar. Si con los ojos abiertos no es capaz de ver, los mismos no tienen sentido alguno. Los ciegos tienen los ojos abiertos, y sin embargo no pueden ver. Necesito que vea, que observe; ¿Qué hay, que sobra, que falta, qué desequilibra la ecuación? ¿Dónde está el desnivel que conduce a la respuesta? Abra los ojos; deje de calcular. Pensar ya no va a servirle.
-Hace tiempo que no me sirve -interrumpe.

La operación aún yacía frente a sus ojos, frente a su brillante ceguera, totalmente huérfana de sentido. Todo encajaría perfecto de no ser por esa variable escondida. Los lados del ejericicio alcanzaban el más exacto equilibrio, si de lo que el Estudiante podía calcular se hablaba. Era claro ya que la imposibilidad de encontrar la variable era el primer ejercicio a resolver. Lejos estaba de llegar al Resultado, por más cerca que lo arañara con el resto de los datos matemáticos que poseía.

-El tiempo se acaba -pudo llegar a avisar el Profesor-. Recuerde que usted debe alcanzar la Respuesta.

Granos de arena caían y retumbaban en toda la existencia del Estudiante. Cada segundo se llevaba un momento de lucidez, y otro, y otro más. El tiempo se escurría, y la variable desaparecía entre la arena que consumía los últimos instantes.
-Siempre cerré mis operaciones. Nunca, jamás, dejé de encontrar una variable. Siempre aparecían, brillando, en medio de mis ecuaciones. Siempre terminaba alcanzo el final de mis Ejercicios.
-¿Está seguro de eso? -inquirió el Profesor, con una mirada helada.
-Todas mis ecuaciones me dejaron un Resultado.
-No confunda Resultado con Respuesta, amigo mío. Créame que se equivocaría.

El Profesor golpeó el reloj de arena suavemente con un dedo. Treinta segundos de granito comenzaron su vertiginoso descenso hacia el fin. La variable no aparecía. Los términos perdían sentido y los paréntesis se cerraban. La luz por encima de sus cabezas titilaba y el Aula parecía achicarse cada vez más, mientras la desorbitada mirada del Estudiante se cernía sobre esa hoja infernal, a la vez que las venas de sus manos tensas latían a un ritmo sobrehumano. La desesperación se hacía sudor frío en su espalda; ya no había chance alguna.

-Tiempo. Parece que va a necesitar esta vuelta de reloj. Abra los ojos, y luego observe. Créame que es todo lo que necesita.
-No veo -gimió el Estudiante- no puedo ver nada más de lo que aparece en esta hoja. No encuentro nada que no esté claramente explayado en la ecuación. Toda mi voluntad está en ello; nada aparece frente a mis ojos.
-Y no va a aparecer tampoco. Tiene que verlo usted; tiene que encontrarlo y luego darle forma. Tiene que entender la variable, descifrarla; tiene que entender cómo encaja en toda la ecuación. Deje de insultar a los Cielos por su infortunio; nadie sino usted es que tiene la ambrosía frente a los ojos y no es capaz de verla -Recogió sus cosas y se dirigió con un aire crudo y frío alrededor hacia la puerta-. Y si fuera usted, volvería a empezar a buscarla. El reloj está contando de vuelta.
Cada vez tiene menos tiempo.

El Estudiante levantó la vista una vez más.
-Profesor... ¿Cree usted que vaya a poder calcular el Resultado?

El Profesor no sacó la vista de la puerta.

-No lo sé, y realmente eso espero. Pero recuerde, hombre, no confunda Resultado con Respuesta... créame que se equivocaría.


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Friday, January 18, 2008

Kissing Lana

-Words? Why would you want words?

-Why? For a lot of reasons, you know... to describe the entire feeling, just for that. To shape the emotion in a way you could understand it with a blink of an eye... you have no idea how amazing this is to me. I have wings again. I swear I can fly again. It's- it's just incredible. I don't know, I couldn't really tell... the rain feels different; have you ever felt that smell of wet grass that comes with the rain, just a few moments before it rains? Well, it comes with your scent now. That's the scent of you to me. There are your eyes in the shine of the stars... it's your breath in the wind. It's you in everything that surrounds me. In fact, it's a different me when I think of you, and I think you can see that -giggling-. It's an emotion that tells me I'm gonna live forever like this. I don't know if you get it... I don't think so. It's like I feel your breath in my ears everytime it's dark. I mean; it's simply feeling like it's not just me, like there's something else in me when I place myself in the universe. I'm trying to show you what that is; it's what you do to me, I guess... but well, that's why I need words, to explain you this.

-I see... And couldn't you just kiss me?

Tuesday, December 25, 2007

Luz de diciembre

Otro encuentro más, quizás el último.

Siempre era de noche en el País Vacío. Normalmente hacía frío, y a veces los ángeles pasaban sólo para ver qué quedaba en pie. O mejor, si algo quedaba en pie. La superficie helada de los campos eternos que se extendían a través de todo el País, en la noche, solía llenarse de dientes de león. Dientes de león que nacían bajo una escarcha impiadosa, permanecían intactos con el brillo de la luna sobre la piel de hielo que los vestía, y morían de nuevo cada mañana, bajo las sombras de una luna que descartaba desaparecer.

O quizás no.

La única calle del País Vacío se extendía cerca del horizonte. Él seguía ahí, como siempre. Como cuando pasó por el Infierno, como cuando el Tenebroso le abrió los ojos, como cuando conoció a la Mentira. Como cuando su ángel abandonó sus alas sólo por él. Igual que cuando vendió el alma por algo que ya iba a tener, y no lo sabía. Ahí, en esa calle, era solamente él. Sus pies eran cementerios de dientes de león; sus manos sentían el frío inconfundible del País. Porque en ningún otro lado de la existencia se siente un frío similar; congela el alma y quema el corazón. Sus manos sentían ese frío, y cada brisa traía a la memoria que las cenizas de su alma continuaban ahí.

Bien podría decirse que, visto de lejos, él estaba muerto. Sus ojos en estado inerte y el gris de sus pupilas no revelaban vida alguna. Sólo se adivinaba algún latido en las lágrimas que rodaban por sus mejillas, hijas de la gravedad. El recuerdo de su ángel, de la mujer que creyó buscar y de las palabras que ya no eran golpeaba en la cabeza y se proyectaban otra vez en lo crudo de su mirada.

En el silencio de esa noche eterna, sobre pisadas que trituraban hielo eterno, quizás se acercó un hombre. Otra vez más, posiblemente, se acercaba alguien. Un último encuentro era factible.

Arrancó la eternidad de sus ojos cuando lo percibió. Volvía a humedecerse los labios. El hombre, arrastrando dientes de león bajo las suelas, clavó los ojos en el horizonte y le posó una mano en el hombro. El gris de sus pupilas se acercaba a un color mortal otra vez. Quizás entonó una frase.

-Soy a quien buscabas -escupió, sin preámbulos, el hombre. Soy el Hombre Necesario.
Apenas si movió los ojos para verlo, y para contestarle. Era exactamente igual a él.
-Usted es igual a mí -contesto, agudo.
-Nadie es tan parecido a usted como distinto a mí. Nadie es tan distinto a usted como similar al mundo, y nadie es tan idéntico a mí como yo mismo, o como quizás usted. Como ve, no somos ni remotamente parecidos.
Quedó claramente aturdido por la frase, carente al parecer de sentido alguno. La luna estaba incandescente. El hielo de sus pies se movía, casi como bailando.
-Muchos hombres como usted vinieron a decirme cosas similares y engorrosas. Mil veces creí hablar con el Diablo, cien veces pensé vender el alma. Siempre creí que iba a algún lado y que me acercaba a la Mentira, cuando jamás la tuve cerca.
-Por lo tanto, era Mentira que estaba cerca de ella, lo cual lo hace totalmente verdad.
-Hombre, basta de códigos y vueltas. ¿Qué busca?

El viento cesó. Los dientes de león empezaban a morir, como todos los días, bajo la luz helada de la luna del País Vacío. El Hombre Necesario se sentó sobre el hielo, sobre la única calle del País, de cara al horizonte. Miró unos segundos al cielo índigo que reinaba la noche, y respondió.
-Busco encontrarte. Supe que me buscabas, y quería que nos pudiéramos encontrar. Encontré que buscándote podría llegar a buscar un encuentro entre ambos. Supe que encontraste muchas imágenes y musas que no buscaste, sólo por buscarme a mí. Entonces decidí encontrarte. Yo, de todas las personas y todos los demonios y ángeles que han aparecido a lo largo del camino, soy el único que buscabas.

Los dientes de león a su alrededor cambiaron de piel, dejando la escarcha implacable rendida en los suelos. Él, siempre sobre la calle, abrió más los ojos y miró a través de todo el País. Sintió, en un segundo certero, que ese día iba a haber un final. Resolvió sentarse de frente al Hombre Necesario; de espaldas a un horizonte congelado como un espejo de hielo.

La brisa acarició sus manos otra vez, quizás para recordarle que en ese lugar el cambio no es una opción. Una lágrima se congeló y cayó.
-¿Entonces? ¿Cuál es el camino? ¿Cuál es la respuesta? ¿Hay un camino, y una respuesta? Vine a este lugar de la existencia, y es aquí donde me quedé. Es aquí de donde no puedo salir, porque esa luna nunca muere y porque desde ese horizonte nunca asoma un día nuevo. Porque estas flores malditas que nacen a mis pies están tan muertas y congeladas como yo en este infierno. Porque no hay, al final, un lugar al que tengo que llegar ni una persona a quien encontrar. Porque hubo infierno, diablo, mujer, mentira, demonio y ángel que pasaron y que nunca dejaron más que la sensación de que eran una misma persona, o peor aún, un mismo sentimiento.

El Hombre necesario escuchaba atentamente. Sólo se sentía la respiración agitada de un corazón que volvía a sentir, aunque crudamente, un impulso de vida. Jugaba con un diente de león entre sus dedos mientras prestaba atención la confesión final del hombre con quien estaba.
-Exacto -respondió el Hombre Necesario. No hay final alguno. No hay meta, y menos aún hay respuesta alguna que abra tus ojos del todo.
El corazón le dio un vuelco. El Hombre Necesario siguió.
-Pero, ¿pensaste en algún momento que quizás no tengas destino alguno? ¿Que posiblemente no tengas pregunta que responder? ¿No te diste cuenta aún que de todas tus conjeturas, encuentros y preguntas mudas, tu única certeza es el camino que hiciste, y el lugar donde estás parado?
-Sí, pero no hay punto en eso... viste hasta aquí, armé este camino, y me quedé sin ángel ni mujer que creí buscar.
-Claro. Es exactamente lo que tenía que pasar. Claramente no hubo nada de eso desde el principio. Esta luna no tenía por qué morir, y el horizonte nunca iba a cambiar. Pero ahora, en este preciso momento, en este exacto encuentro y en este mismo País Vacío, estás en el lugar donde tenías que estar desde el comienzo. Donde ya no valen demonios, hombres ni ángeles. No hay Mentiras que tengan importancia. Ahora que hiciste el camino, acabas de encontrar lo que buscabas.

El silencio en el País Vacío fue eterno. No hubo lágrima congelada.
-No entiendo...
-Entendés. Es exactamente lo que entendiste. Están por empezar a nacer los dientes de león otra vez. O quizás se la última vez que lo hagan.

Alrededor del Hombre Necesario, se erguían al igual que todas las noches los dientes de león bajo la capa de hielo de la única calle del País.
Entonces, de frente al él, entre todos los dientes de león helados, asomó un girasol. Fresco y sin piel fría alguna.
Abrió los ojos, desencajado, como creyendo ver una ilusión. La cara del Hombre Necesario se iluminó.
-El horizonte ya no es el mismo.
Se iluminó en partes todo frente a él. Con el horizonte a sus espaldas, las sombras iban reduciéndose a cenizas. Entonces, el girasol apuntó hacia él y sus espaldas.
-Ya no hay luna. -El Hombre Necesario sonrió, se puso de pie y miró hacia el frente. Él lo siguió con la vista, y vio los rayos por todo el País Vacío. Se dio cuenta entonces, y miró a sus espaldas.
-Es... ¿Es eso el sol?

Tartamudeó, atónito, entregado, totalmente absorto. Un sol rojo furioso, colorado y cálido quebraba la noche del País y brotaba girasoles bajo cada diente de león. El Hombre Necesario habló una última vez.

-No. Es lo que estabas buscando.

Wednesday, December 12, 2007

Silencio sostenido

El silencio desgarra. El silencio quema, quema tan rápido que hace que no se note la existencia de las palabras que lo precedieron. Y se detona a sí mismo. Se detona a sí mismo y a todo lo que lo rodea, dando sólo unos segundos de reacción que al final nunca son suficientes. Entonces, el silencio desgarra, quema y detona. Es como una bomba maldita que agacha la cabeza y se lleva por delante todo lo que se le cruza; miradas, situaciones, momentos, ideas. Intenciones.

Es hielo y fuego. Congela lo que lo rodea, pero a la vez quema por dentro. El sol y noche; pone en luces todo lo aquello que está privando y arrastra a las sombras al lugar al que busco llegar. Es verdad y mentira, es cielo y es infierno, es canción y es poema. Tiene lo lacerante de lo verdadero y lo vil de la mentira. Es puro como el paraíso pero arrastra la desdicha del averno, suena en mi cabeza y rima en mi mente. Y es inevitable, igual que la muerte.

El silencio ahoga impulsos. Toma de los pelos a la impulsividad y le empuja violentamente la cabeza bajo el agua, contemplando su desesperación, manchandose las retinas con su intento desgarrador de liberarse, mientras que en su pasmosidad implacable, persiste con brutalidad hasta que la última burbuja emerge del agua, y el impulso deja de existir. El alma se paraliza y el cuerpo es un sólo músculo; no hay impulso, no hay respuesta, no hay punto de partida. Todo por el silencio. Todo por la ausencia del sonido exacto en el momento preciso. La combinación de palabras y expresiones, únicas, que en ese espacio de lugar y tiempo determinados derivarían en la única resolución posible para ese evento en particular.

Pero sólo hubo silencio.

Saturday, August 04, 2007

Fuga de certezas

Busco a la Mentira.
-Comprendo. ¿Podría indicarme su nombre?
-No creo que sea necesario. Y usted lo sabe.
-Es verdad. Pero lo sarcástico de todo esto lo vale.

El ambiente estaba pesado. La luz de la luna volaba entre pared y pared, y no había mucho del paisaje para ponerse a relojear. El silencio era fúnebre.

-Aquí no se encuentra la Mentira. Váyase por donde vino.
-Ni muerto -contestó seco-, no hay manera que eso sea verdad.
-Exacto. Justamente por eso le digo que aquí no se encuentra la Mentira. De hecho, no hay forma que eso sea posible.
-Mentira.
-Todo lo contrario -respondió, sonriente- Busque lo que desee, pasei si se atreve. No hay nada de lo que pueda encontrar aquí que sea mentira. Y menos aún a la Mentira.
-¿Verdad? -respondió, algo confundido
-No podría mentir aunque lo deseara, créame. Entre otras cosas, ¿cómo llegó usted a este lugar?

El aire se tornó más denso; la luz plateada de la luna seguía intermitente entre ellos y nada se distinguía entre sombras y luces. Nada que fuera verdad. O mentira, no era certero.

-Ella me trajo.
El hombre se sobresaltó disimuladamente.
-¿Ella? -musitó- ¿Se refiere a ella?
-No, ella no. Hablo de Ella.
El nerviosismo era palpable en la frente del hombre que cuestionaba. Una sola gota de sudor hubiera hablado por sí misma.
-Veo que por fin la ha encontrado -se rió, y fue cínico- Espero que el cese entonces su llanto desesperado. Que empiece a actuar como hombre, si es que puede.
Obvio era el tono de sarcasmo agresivo de la frase. El brillo de determinación en los ojos de ambos, aunque cargados de incertidumbre, una incertidumbre temerosa, en los ojos de quien preguntaba. El pulso y el correcto desenvolvimiento de quien respondía era implacable, así como las respuestas y su inocencia.

-Ahora soy más hombre que nunca, lo que significa que antes también lo era. Como hombre que soy, entonces, exigo a la Mentira.
-No me apure. Lejos está de conocer dónde diablos está parado. Y más, aún, de saber de qué está hablando. Noto una determinación, una seguridad en sus palabras que ya había sentido antes; conozco esa mirada. Sus ojos no mienten, para nada; pero tengo la precisa sensación de que todo lo que cree saber de la Mentira está totalmente equivocado.
-¿A que se refiere con eso?
-A que es mentira. -Sonríe.
Más allá del tono irónico de este último comentario, quien preguntaba continuaba temiendo.
Temía que lo pensaba no concordara con la realidad, y lo que creía desacertado en los ojos del muchacho fuera la pura verdad.

-Vayamos al grano. ¿Qué cree saber usted de la Mentira?
-No sé nada, sencillamente la conozco.
-Entonces, podría indentificarla si la tuviera enfrente. Podría saber quien es entre un millón de mentiras más. Podría arrancarla de un sinfín de verdades sólo olfateándola. Podría, entonces, diferenciar la Mentira de la Verdad, ya que usted dice conocerla.
El argumento del hombre, más alla de desconcertante, era acertado.
-Jamás le ví el rostro, si a eso se refiere. Pero la olí como perfume en mil cuellos, la sentí clavarseme en la piel cien veces, pude encontrarala en tantas miradas como voces en las que se me presentó. No sé si tiene un rostro, porque la vi en demasiados. Así que sí, conozco a la Mentira. Por eso sé que la busco, y más ahora que Ella me trajo a donde debo enfrentarla.
-Usted me parte el alma.
-Como si eso fuera posible.
El tono de la conversación ya era decididamente rígido. Así como la tensión hacía de piel en el aire, la luna caía de un solo lado de la habitación.

-Comprenda -susurró, en un tono gravísimo- la Mentira no está aquí. Este es el único lugar donde la Mentira no existe y donde no es posible encontrarla. Y lo que le digo es la prueba insoslayable de la veracidad de mis palabras; para mentir hay que conocer la verdad. Y los que aquí están, es porque en algún momento decidieron dejarla de lado.

El sudor frío recorrió el cuello del muchacho; todo eso tenía sentido. Podían ser un conjunto de palabras al azar que casualmente resultaban sonar convincentes, a o una verdad tallada en bronce. Dudó.

-Para poder mentir a alguien, imprescindible es que aquella persona desconozca la verdad. Y por la fuga de certezas que atacó sus ojos, me parece que estoy en lo correcto.
-Que dice la verdad -respondió el muchacho, ahora irónico.
Sonrisas.
-Exacto. Sino, ¿quién lo envió a usted aquí a buscar a la Mentira?
-Ella. -Respondió, pálido.
-Exacto. Dígame ahora, ¿Quién lo enviaría a buscar a alguien al único lugar donde nunca lo va a encontrar?

Thursday, July 12, 2007

Santo del silencio

"-Recibí otra carta. Me habéis estremecido; vuestra poesía, íntima, dulce cual aroma a rosal en primavera naciente, cual beso suave de amor eterno, ruborizó mi alma y cantó alegrías de amor en mí. No os sabría el método mejor para corresponderle, para dar respuesta digna a tal hermosa virtud que habita en vos. A su melodía de narcisos, que ha sabido inundar mi ser en vuestras palabras de miel... Su nombre, ¡Oh, su nombre, estrella de Venus que brilla más en mi corazón que aún en su reflejo del mar! Su nombre despierta en mi mente cada día, su nombre es beso mis labios... Por volver a escuchar mi nombre en sus labios una última vez, por sentir la caricia de su boca fervorosa en mis oídos, por el roce de sus labios conmigo, sólo por éso haría alas de mi ser, para llevaros conmigo al más lejano de los lugares, al más ardiente de los infiernos, ¡A donde Dios decidiera para nosotros, por que Él, únicamente Él, entiende mi amor por vos! ¡Él os da dado el milagroso regalo de su poesía de cielo, porque no hay beso más tierno ni pasión más ardiente que las que os habéis hecho habitar en vuestras palabras! Porque sólo un ángel que Él enviase podría causar las lágrimas de bendición que vuestras palabras florecen en mi. Pero por ahora, sólo por ahora, príncipe de sueño azul, esperaré dulce y desesperadamente vuestra respuesta, con el corazón partido hasta saber de vos. Vuestra eternamente, hasta que muera la eternidad."


Y, tras el frío velo de la soledad, Cyrano lloró en silencio.

Friday, June 29, 2007

Duelo

Tenía los ojos inyectados en sangre. Pasivo, miraba a un solo punto completamente fijo. Completamente perdido, con la vista muerta como tantas otras cosas. Su interlocutor, expectante, aportaba su ser al silencio.

-Se escapa. Siento cómo se me escurre de las manos, cómo se me va entre los dedos.. -brillaban sus ojos, inertes, estáticos- puedo sentir que se desliza con toda la furia posible por entre mis yemas, como mis huellas se quedan vacías. Lo siento, y no tengo manera de impedirlo. Cierro las manos, apreto los puños con toda la fuerza de mi alma hasta que los nudillos palidecen completamente; pero nada puede detener su camino. Se me va, se va. Como si sintiera que la sangre de mis venas saliera a borbotones por la herida y yo, por más torniquete que aplique, no pudiera evitar el desangre. Lo siento, y lo veo; se escurre desde mis manos hasta mis pies. Desde mi interior hasta el punto infinito más lejano de donde estoy. De donde me encuentre, sea donde sea; siempre va a seguir escapándose. Pero no, porque no se escapa, sigue su camino. Pero mi desesperación... -cierra los puños apretando el borde del sillón y entrecierra los ojos, de los que ahora brotan lágrimas brutales- ¡Se va, se me va, se deshace de mí y de lo que soy! ¡Se va entre mis manos y no hay nada que lo impida, corro detrás y no puedo llegar! -recupera la respiración-. Es inalcanzable ya. Se fue. Y no pude hacer nada. Nada. Se me iba de las manos y veía cómo se iba, y veía su despedida. La gracia con la que se desprendía de mí y la facilidad con la que se deshacía de todos mis intentos por evitarlo. Porque no pasara. Porque yo no quería que pasara, al contrario; quería que nunca se fuera. Que por fin encontrara un lugar acá -Su pasividad nuevamente se reestablece, pasmosa, y sus ojos se elevan en dirección al cielo. Entrelaza los dedos y apoya ambas manos sobre su regazo-. Lo único que quería era que permaneciera para siempre acá. Que no tuviera, y mejor aún, que no quisiera irse, desaparecer, dejar de estar, emigrar. Nunca quise sentir como las líneas de mis manos confirmaban su ida. Eterna. Porque ahora sí que se fue; y si bien seguro no es la primera vez, ahora tengo la alarmante seguridad de que es así. De que por fin sucedió. Ahora sí siento, por primera vez, el frío acero de la certeza inexpugnable en la garganta. Ahora, Dios mío, ahora veo que ya no está. Ahora abro los ojos y realmente dejo de ver que está ahí. Ahora sí, de una vez por todas, me doy cuenta que se me escapó para siempre.

El interlocutor permanecía en silencio, camuflado con la escena. Mezclado con la desesperación que inundaba el aire. Él seguía con la vista muerta en un solo punto, ahora en completa tranquilidad. Exterior, al menos; lo tenso de su cuello y lo desorbitado de sus ojos indicaban que la procesión iba por dentro. La voz del interlocutor, lacerante, gélida, cortó el aire abruptamente:

-¿Y si de una vez por todas dejás que se vaya?

Inmutable, sus ojos se relajaron. Él únicamente giró la cabeza en dirección al interlocutor y, ahora con la desesperanza de un hombre sin futuro en su rostro, con las pupilas empapadas en nada, brillando desde lo más profundo de su franqueza, clavó la vista en los ojos del interlocutor y escupió la verdad.

-Sinceramente, no tengo idea de cómo hacerlo.