Sunday, March 23, 2008

La ecuación

-Abra los ojos.

El peso de las ideas era enormemente más significante que el de la voluntad. Difícilmente hubiera podido esgrimir explicación alguna, aún si su propia vida dependiera de ello.
La sucesión de imágenes, eterna, traían uno tras otro una cantidad infinita de valores que alimentaban la ecuación, pero que no parecían despejar duda alguna. Todo estaba estrictamente separado a cada lado del planteo. Todo tenía un lugar en la significación, aunque resultaba prácticamente imposible exprimir la importancia propia en individual de cada término.

-No puedo. No sé que variable pretende que encuentre aquí.
-La única variable que hay en toda la ecuación. La sola e inequívoca fracción que, descifrada, encastrará a la perfección a las demás -explicó el Profesor-. El único valor que le es útil de los centenares que tiene frente a sus ojos.

El peso de esas ideas era abrumador. Distinguir la variable era, por sobre todas las cosas, el objetivo único y final. Posiblemente, hasta la única razón de ser de la ecuación en sí.

-Recuerde -señaló, pacientemente, el Profesor-, el Resultado es igual a la suma de las potencias de su claridad y su voluntad.
-¿A cual potencia?
-A la cual usted crea necesaria -sonrió.

El Estudiante seguía sin ubicarse en la habitación. De hecho, sabía que su sola presencia ahí se debía a una necesidad mística totalmente inevitable que inapelable, que requería que quien sudara como un cerdo en ese preciso lugar, en ese preciso momento, no fuera nadie más que él. La humedad se arrastraba por entre los bordes de los azulejos de las paredes del Aula, en su paso avasallante hacia los suelos. La madera podrida y casi deshecha que tapiaba el piso apenas parecía separarlo del mismísimo Averno. Y una sola luz que colgaba desde las entrañas de un cielo raso negro y crítptico era la única posibilidad de ubicarse en su propio presente. Poco alentador, si se me permite.

Cientos de términos, paréntesis, corchetes y números Pi se sucedían frente a sus ojos. Nada parecía tener sentido; el Estudiante llegó a suponer que era una cantidad azarosa de logaritmos ubicados en la misma geografía matemática.

-No hay nada. Acá no hay nada. Conozco todas y cada de una de estas operaciones, son ridículamente conocidas. Por Dios, si hasta yo mismo hubiera podido diseñar este ejercicio -se sobresaltó el Estudiante-; ¡Pero no pretenda que encuentre equilibrio alguno entre las partes si la variable, obviamente, no es un ente calculable! ¡No hay variable alguna en esta maldita ecuación, y aún así la operación sigue sin tener sentido! ¿De qué se trata todo esto?
-De que abra los ojos -volvió a señalar el Profesor-. ¿No le resultan familiar, acaso, los términos de su ecuación?
-Por supuesto, si le acabo de decir que es como si yo los hubiera diseñado -replicó, lacónico.
-Exactamente. Usted reconoce todos esos términos, entiende a la perfección su desarrollo y dice conocer la manera precisa de calcularlos, pues son de harto conocimiento, y hasta me atrevo a decir de previa resolución por su persona. Y sin embargo, sigue sin poder calcular el Resultado... Es, cuando menos, interesante. ¿No cree?

El lápiz resbalaba entre el sudor de los dedos del Estudiante, mientras repasaba mentalmente una y otra vez esos ejercicios en todas sus formas posibles. El Profesor tenía razón; algo seguía faltando. Tenía que haber algún tipo de variable a calcular que hiciera la luz entre los números.

-Creo que es hora que hablemos -El Profesor tomó una silla y se ubicó exactamente delante de él. Tomó los anteojos que colgaban del bolsillo derecho de su bata blanca, los limpió cuidadosamente con la misma y se dispuso a hablar al Estudiante, mientras lo miraba a los ojos, con la más impávida paciencia-. Usted sabe que hay una variable. Usted sabe, también, que sin ella es imposible que resuelva la maldita incógnita que lo tiene encerrado entre estas cuatro paredes. Tampoco tiene idea de cuál es esa variable. Pero lo peor de todo es que no tiene la más mínima idea de cómo averiguarla.
-El Resultado es la suma de las potencias de la claridad y la voluntad -repitió, automaticamente, el Estudiante.

El Profesor le clavó la mirada.

-Usted no tiene idea del resultado, está mas bien lejos de la claridad y, ciertamente, sólo dispone de lo potente de su voluntad. Pero no alcanza; necesita del perfecto equilibrio de ambas partes. Mire bien; abra los ojos.
-¡Los tengo abiertos, ¿no queda claro?!
-Sí. Pero no está observando; los ojos abiertos sirven sólo para observar. Si con los ojos abiertos no es capaz de ver, los mismos no tienen sentido alguno. Los ciegos tienen los ojos abiertos, y sin embargo no pueden ver. Necesito que vea, que observe; ¿Qué hay, que sobra, que falta, qué desequilibra la ecuación? ¿Dónde está el desnivel que conduce a la respuesta? Abra los ojos; deje de calcular. Pensar ya no va a servirle.
-Hace tiempo que no me sirve -interrumpe.

La operación aún yacía frente a sus ojos, frente a su brillante ceguera, totalmente huérfana de sentido. Todo encajaría perfecto de no ser por esa variable escondida. Los lados del ejericicio alcanzaban el más exacto equilibrio, si de lo que el Estudiante podía calcular se hablaba. Era claro ya que la imposibilidad de encontrar la variable era el primer ejercicio a resolver. Lejos estaba de llegar al Resultado, por más cerca que lo arañara con el resto de los datos matemáticos que poseía.

-El tiempo se acaba -pudo llegar a avisar el Profesor-. Recuerde que usted debe alcanzar la Respuesta.

Granos de arena caían y retumbaban en toda la existencia del Estudiante. Cada segundo se llevaba un momento de lucidez, y otro, y otro más. El tiempo se escurría, y la variable desaparecía entre la arena que consumía los últimos instantes.
-Siempre cerré mis operaciones. Nunca, jamás, dejé de encontrar una variable. Siempre aparecían, brillando, en medio de mis ecuaciones. Siempre terminaba alcanzo el final de mis Ejercicios.
-¿Está seguro de eso? -inquirió el Profesor, con una mirada helada.
-Todas mis ecuaciones me dejaron un Resultado.
-No confunda Resultado con Respuesta, amigo mío. Créame que se equivocaría.

El Profesor golpeó el reloj de arena suavemente con un dedo. Treinta segundos de granito comenzaron su vertiginoso descenso hacia el fin. La variable no aparecía. Los términos perdían sentido y los paréntesis se cerraban. La luz por encima de sus cabezas titilaba y el Aula parecía achicarse cada vez más, mientras la desorbitada mirada del Estudiante se cernía sobre esa hoja infernal, a la vez que las venas de sus manos tensas latían a un ritmo sobrehumano. La desesperación se hacía sudor frío en su espalda; ya no había chance alguna.

-Tiempo. Parece que va a necesitar esta vuelta de reloj. Abra los ojos, y luego observe. Créame que es todo lo que necesita.
-No veo -gimió el Estudiante- no puedo ver nada más de lo que aparece en esta hoja. No encuentro nada que no esté claramente explayado en la ecuación. Toda mi voluntad está en ello; nada aparece frente a mis ojos.
-Y no va a aparecer tampoco. Tiene que verlo usted; tiene que encontrarlo y luego darle forma. Tiene que entender la variable, descifrarla; tiene que entender cómo encaja en toda la ecuación. Deje de insultar a los Cielos por su infortunio; nadie sino usted es que tiene la ambrosía frente a los ojos y no es capaz de verla -Recogió sus cosas y se dirigió con un aire crudo y frío alrededor hacia la puerta-. Y si fuera usted, volvería a empezar a buscarla. El reloj está contando de vuelta.
Cada vez tiene menos tiempo.

El Estudiante levantó la vista una vez más.
-Profesor... ¿Cree usted que vaya a poder calcular el Resultado?

El Profesor no sacó la vista de la puerta.

-No lo sé, y realmente eso espero. Pero recuerde, hombre, no confunda Resultado con Respuesta... créame que se equivocaría.


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