Thursday, November 09, 2006

As de espadas

Las luces del cartel de neón gigante proyectaban sus sombras sobre la vereda. Se sentía el frío de la madrugada en las mejillas, desacordando con el calor del chocolate caliente, aún latiendo en sus manos. Seguía en silencio la vereda de la rambla, incluso cuando ellos pisaron con la voz la tranquilidad que otorga la noche.

Sentados en el cordón de rocas que marcaba el abismo de la playa, situaron la ciudad frente a sus ojos sin darle importancia a la charla. Ella hablaba, quizás, de la feria del centro y sus regalos baratos. O quizás no, difícil saberlo. Difícil incluso para él, que refugiando los brazos en el abrigo, perdía la noción del tiempo. Perdia la sensación de espacio y pensaba en sus ojos miel. Y ella, inocente, gesticulaba y expresaba vaya Dios a saber qué clase de nociones, algoritmos o pensamientos alejados. Podían ser algoritmos, podían ser perros. Para él, era sólo ella.
Se dio vuelta en un momento de silencio, en el cual el aire frío de mar lo despertó de un cachetazo. Frente a él, ahora, la costa infinita y el espejo de las estrellas. Las manos entre las rodillas, buscando calor, pero demostrando algo de vulnerabilidad. Anonadada ahora ella con el mismo espectáculo, algo perdida en el perfume de sal que traía el viento. Y de pronto era ella la que pasó a ser el espectáculo.

Delicada, con un tono perlado en las mejillas y la luna en los ojos... se perdía el contorno del rostro con el cielo azul profundo, índigo, a sus espaldas. Todos sus rasgos, toda ella en su totalidad, todo su ser se expandía y se volvía parte del paisaje... se hacía sal y mar. Se volvía cielo y estrella. Brillaba, y se distinguía entre las luces.
Él sonrió mirando hacia abajo. Se le acercó un poco, tras las luces del cartel de neón. La miró a los ojos. Ella también lo miró, y habló del mar. Entonces lo volvió a mirar, y ahí lo entendió. Retrocedió unos centímetros, lo alejó de sus intenciones. Lo reprobó con la mirada, y él seguía en sus ojos. Ella lo rechazó, ya conocían el cuento.

-Basta. Ya sabés que no... dale. Volvió a correrse unos centímetros.
Se puso de pie. Ella quiso abrazarlo, buscó aminorar el golpe. Él seguía mirando el mar.
-A ver, vení. Se colocó detrás de ella, y quedaron cara al cordón de rocas, al lado del abismo que los separaba de la playa. De cara al cielo.
Él copó la parada.

-Hagamos esto. Cerrá los ojos. Lógicamente, ella lo advirtió con la mirada. ¿Podés cerrar los ojos, por favor?, insistió.

Hecho. Los párpados saludaron y la cegaron del todo. Él la tomó por los hombros y apoyó la cabeza en su hombro derecho. Delicadamente, susurró en su oído.

-No digas nada. No pienses. No abras los ojos... solo sentí. Sentí el viento, el aire salado respirándote en la piel.. sentí las luces a través de los párpados, ardiendo en tus ojos... sentí a las estrellas brillar sobre tu cabeza, reflejándose sobre el mar. Sentí a la luna, y el calor que refleja del sol, escondido en mis manos... Imaginate de vuelta las luces de la costa, infinitas, como un cordón incadescente que nunca termina... -la abrazó por la espalda, desde la cintura- sentí de vuelta las hojas de los árboles bajo tus pies, como en la feria... sentí el sonido de la arena moviéndose hacia el mar... -la hizo girar, dejándola frente a sus ojos, estremecida- Sentime abrazándote en este momento, mirame a los ojos. Y si ahora me decís que no me querés besar, te juro que es la última vez que lo hago.

De vuelta, sólo sonaba el mar. Partículas subatómicas de cielo separaban sus labios. Ella no podía abrir los ojos, él no necesitaba hacerlo. Se abrazan fuerte, no se dejaban ir. El sabía porqué, pero ella no estaba segura.

-Ya... ya sé como es esto... ya me sentí así antes... ya sabés como termino, fue horrible.. es morir en vida. -tragó saliva- no quiero eso otra vez para mí.
Abrió los ojos. Por más que la quisiera, la entendió. Levantó la vista y se iluminó con el paisaje. La miró a los ojos, otra vez, y sabía qué decir.

-Decime la verdad... ¿Realmente te molestaría morir acá esta noche?