Wednesday, October 29, 2008

En el silencio

-¡Yo soy dueño!
-No estoy tan seguro.

La procesión, como siempre, ardía por dentro. Con los ojos clavados contra el blanco de la pared, permanecía en una rigidez silenciosa y al borde de la explosión. Por dentro, como siempre. La imagen era casi inmaculada. Etérea, incluso. Esa mirada perdida, disuelta en la comodidad de las paredes, desnudaba pupilas explosivas. Pero nada, nada inmutaba a la rigidez infinita en la que estaba sumido. Sus brazos, también de piedra, abrazaban su torso inamovibles, lejos de estorbar su tétrica calma. Incluso la expresión del rostro lucía bastante calma; entre ida y muerta. La sangre inyectada en los ojos era lo único que daba indicios de vida. La ira contenida en los ojos casi se proyectaba sobre el blanco de esas paredes. En el silencio, en medio de la sala blanca, dentro de la rigidez, encerrado en lo más profundo de su nada, se daba, sangrienta, la procesión.

-Yo soy dueño. Esto me pertenece. Esto es mío. Yo reino, nadie más.
Una voz llenaba la oscuridad.
-No estoy tan seguro. ¿Estás seguro? Pensalo de vuelta. Mirá. Levanta la cabeza... Bah, si podés.
Se percibió una risa inexistente. La desesperación en carne se hizo presente.
-Es mío. Soy yo, todo lo que pasa tiene que pasar por mí primero. ¡Afuera!
Gritaba, saltaba, golpeaba las paredes, los límites, empujaba y se retorcía en el suelo. La voz parecía hacer caso omiso.
-Por supuesto. Todo es tuyo. El control está en tus manos. Use el esa libertad cuando quiera.
-¡No, por que estás ahí, susurrando, clavándote en el fondo de mi mente! ¡Siempre, nunca, a veces, todo el día! ¡A todas horas, en cualquier momento y todos! No desaparecés nunca... no tengo un segundo de silencio en la cabeza, mis ojos nunca dejan de moverse... la paz ya no me reconoce. ¡Gritos, gritos y golpes, lágrimas, miedo palabras escupidas, y seguís ahí! ¡Atormentándome!La voz silenció. Dejó que el grito de odio saliera hasta el cansancio.
-¿Cómo, no era suyo todo esto? Si usted lo dice. Debe ser tuyo, si insistís tanto. Admito que quizás pico un poco en la nuca. Pero no sé por qué el ataque.
-Sos un puñal en el cerebro, una astilla en medio de los ojos... -cerraba los puños mirando en todas direcciones a su alrededor, lagrimeando desesperado, jadeando sin consuelo- sos un tic constante, una mala costumbre, un ladrillo más... en el peor lugar. Yo soy dueño, el poder es mío. Está en mis manos, es mía, ¡¿Dónde estás?!

Guiñó un ojo y revoleó violentamente la cabeza. Casi cae de la silla, pero su cuerpo seguía lo suficientemente rígido.

-Dá la cara. Sé hombre.
Una sombra tomó forma. Desde los pies hasta los hombros, asomó la boca justo antes que la nariz y los ojos vieron la luz. La voz era exactamente igual a él. De cuerpo entero. Tenía los ojos negros, negros como el odio.
-Mirá quién habla de ser hombre. Mocoso.
Se miró, y de pronto tenía no más de 8 años. Su figura disminuída, la cara de infante y sus rasgos a esa edad aparecían frente a la voz, ahora con rostro.
-Acá estoy. ¿Qué ibas a hacer? Realmente quiero ver que ibas a hacer. Defendete. ¿Qué esperás? ¿Esperás algo? ¿Esperás reaccionar? Quisiera verte reaccionando. Pero no... siempre inmóvil, el nene.
Duro, totalmente inmóvil, sin moverse, no podía sacarle los ojos de encima. No podía apartar la mirada de aversión, una aversión temerosa, de sus ojos negros. Cada vez más negros.
-Me pareció.
Dijo, y se disolvió en una sombra de vuelta.

Un hilo de saliva asomó de la comisura de sus labios. Apenas movió los labios para secarla, con los brazos inmóviles todavía y los ojos en las paredes.

-¿Qué pasó? ¿Que hiciste?
Habló con un temblor inédito en la voz. Un miedo como el que pocas veces sufrió. Respondió la voz.
-Nada. Sólo te mostré lo que pasa cuando muestro la cara, como pediste. ¿Que hiciste? Nada. Y sabía que nada ibas a hacer. Pero todo esto es tuyo, te pertenece, como decías.
-Es mío... sabés que es así. -Tembloroso, todavía en en estado de shock, apenas podía mascullar las palabras
-Perfecto. Tomá el control, si es tuyo. Hasta entonces -una sombra lo rodea tres veces y se posa en su nuca suavemente. Clava el suspiro sobre el lóbulo-, nos vemos.

Aflojó el cuerpo y la rigidez empezó a desaparecer de a poco. Los ojos ahora brillaban de cansancio, húmedos como las mejillas. La cabeza cayó hacia adelante sin resistencia, al ritmo de una respiración agitada. Volvió a abrir los ojos y respiró profundo, todo con tiempo. Lentamente. Sacudió la cabeza unas cuantas veces y volvió a clavar los ojos en el blanco de las paredes, sabiendo que al dia siguiente, la procesión iría por dentro una vez más.

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