Sunday, July 02, 2006

Espejismo

Esperaba algo. No sabía bien que, pero su caminar cansino y los ojos perdidos en las luces le daban a su presencia un aire de objetivo. Reflejaba los ojos en las las pupilas que pasaban y se vestía con los reflejos de las vidrieras, que hacían caso omiso tanto de sus dudas como de sus posibles desengaños. El aire seguía frío y ahora el rocío le dibujaba la cara de gotas. La cabeza iba rememorando para atrás una y otra vez, para saber qué hacía ahí. Cruzó Cabildo y se acercó a un local de ropa deportiva y perfume increíble -o quizás no-, dejando los viejos maniquíes y el desinterés de las vitrinas atrás. Los cordones de sus zapatillas -viejas, gastadas, algo rotas pero entrañables aún- derrapaban sobre la vereda desatados, algo sucios, un poco deshilachados, pero atando todavía. Era eso o alguna esperanza, no lo sé. De lo que sí estaba seguro era de estaban por el suelo.

Otra vez le lloraron desde arriba, y el escaso techo de una esquina fue suficiente para mantenerse menos mojado de lo que ya estaba. Parado por obligación, intentó encontrar lo que buscaba -si es que en realidad buscaba algo- entre las caras que pasaban. Entre las situaciones que veía nacer. O quizás, morir. Una mujer recogiendo un gatito, una nena sola con bolsas tan llenas de juguetes como la cara de pucheros, y algún que otro colectivo que seguía de largo. La lluvia era implacable con un posible ejecutivo -o quizás un padre de familia- que olvidó el paragüas bajo sábanas pagas. Un tormento que cesaba para dos pibes que se metían en un taxi. Empapaba las ilusiones de un vendedor ambulante que rápidamente tuvo que hacer de su arte un bollo y refugiarlo en una mochila, algo mojada también. Pero dentro de la misma escena, la lluvia pasaba ridículamente inadvertida para alguien -o quizás, álguienes-. Caía sobre un pibe de campera azul, azul muy profundo. De cabellos caídos y cuerpo inmutable. Caía sobre una chica de mente azabache y corazón rosa; de manos entrelazadas y buzo arremangado. O quizás no.

Resultó llamativa la vorágine de movimiento, apuro, horarios y colectivos que rodeaban esa imágen. Bastante irónica, si se permite. Algo trágica. Muy única. Se sacó los guantes, pesados ya por la humedad, y los guardó en el morral. Se secó las manos con la remera y las metió, cerradas, en los bolsillos tristes de la campera. Medio como que se acomodó contra la pared y se dispuso a ver; no podía perderse lo único que valió la pena encontrar. Ella apoyaba las manos cuasi cerradas sobre el pecho de él, con la cabeza gacha. Apoyaba sólo la punta de uno de los pies y lo movía en circulos, como hablándole. Una gota le cayó en un labio y se deslizó hacia el otro. El brillo de su boca distrajo al chico, que volvió súbitamente de su absorción y se quedó mirando esa gota. Ella le hablaba y le arreglaba el cuello de la camisa, al tiempo que se ponía nerviosa. De pronto, una mano se apoyó en una cintura y un pulgar alunizó en una mejilla, tan distraída como ruborizada. Como esperando. La tensión dejó lugar a los cuerpos y el aire entre ellos fue menos; la caricia fue abrazo y el pulgar, caricia. Y los dos fueron duda. La lluvia celosa, ignorada, repuntó sobre ellos y remojó su presencia. Seguían bajo el agua, estaban aún a la intemperie.
Un auto negro frenó de repente y él, desde su esquina, giró a ver por reflejo. Se distrajo un segundo; lo mismo que tarda en nacer una estrella. En medio de la calle una señora insultaba a un hombre que le devolvía la gentileza. Cuando volvió a ver a la pareja, ella abrazaba su cintura y él le besaba la cabeza. Sonreían ambos y la lluvia los había dejado en paz. Desbordaban tranquilidad; se perdió la tensión y el aire entre ellos de pronto los rodeaba; obviamente, se había perdido algo. Obviamente, lo único que quería ver fue lo que se perdió, lo cual era bastante lógico. Insultó al aire un par de veces y caminó un poco. Otra vez la lluvia lo dejó solo, mientras que la pareja pasaba a metros de él, quien disimulaba su tácito conocimiento de la escena. Se detuvieron a su lado, dado que la esquina en la que tan ingeniosamente se detuvo era una casa de arte. El aire llevó el perfume de ella, el cual lo ruborizó; quizás sintio envidia hacia el muchacho. Al pasar, no pudo dejar de escuchar un comentario suelto.
-Ése, ése me gusta; el de la nena.
-¿Cuál, la que está en lápiz o la de acrílico?
-No, la que llora sangre, esa; es precioso (a todo ésto, seguía escuchando como quien no entiende lo que pasa) ¿No te gusta?
-¡Si, pero a mí dame un Dos Be y te lo con sombras y todo! (rió ante la ocurrencia)
-Callate, nene. ¿Ves que no te puedo sacar a ningún lado?

Se rieron un rato y se alejaron a lo lejos. Sí, se alejaron a lo lejos; ellos estaban muy lejos de lo que él era. De donde él estaba. El referirse a la pareja como "ellos" y a su persona como "él" le causaba un escalofrío tan grande que prefirió olvidarse de sí mismo. Caminó un rato más, hasta pasar por donde lo esperaba un rojo carruaje compartido. Jugaba con el cierre de la campera, mordiéndolo, sosteniéndolo como si de su alma se tratara. Contaba monedas para callar el hambre y se reía de un chiste que nunca se había contado, cuando una voz se acordó de él. Buscó a quién declarársele culpable, y súbitamente las monedas visitaron el suelo. Ahí estaba ella, radiante, llena de lluvia. Con una mochila sospechosa y las manos vestidas de anillos. Lo miraba, sonriente, con los vidrios secos y con el pelo atado. Él no era más que un montón de monedas en el piso. Tragó saliva.
-¿Qué hacés acá?
Ella lo miró casi con ironía y siguió increíblemente sonriente.
-¿No que ibas a estar por aca vos...?
Estaba atónito. No entendía lo que sucedía, no había posibiliad entre la realidad y la actualidad.
-¿Eh...?¿Vos?¿Vos... viniste a buscarme?
-Estás en cualquiera, eh... como siempre (Sonrió otra vez; nada tenía sentido).

Entonces entendió. Él no salió a buscar nada en realidad; estaba esperando lo mismo hacía tiempo. Sólo Dios sabrá porqué estaba en esa esquina ese día, pero él sí sabía algo: ya no esperaba más nada.
Ella cortó el rocío, empapado de silencio.
-Igual yo me tengo que ir yendo ahora... ¡Se me hace tarde, nos vemos!.
(Pasa por al lado de él; él tarda un segundo en reaccionar. Lo mismo que tarda en morir una estrella.)
-Pero vas a volver, no?
(No contestó. Ella, su espalda y su paragüas iban alejándose hacia una esquina infinita. Él, quieto, inundó sus ojos de esa imagen. Seguía parado, al pie de sus monedas sucias, absorto en lo que sabía inevitable. Preguntó una vez mas.)



-No vas a volver... no?

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